Pues aunque te suene raro, resulta que el Puente Colgante de Bilbao no está en Bilbao sino entre Portugalete y Getxo. Su nombre oficial tampoco es ese, sino Puente de Vizcaya o Bizkaiko Zubia. Pero entre que el metro de la ciudad te deja aquí en un momento y que esta maravilla salió de la cabeza de Alberto de Palacio y Elissague, un arquitecto al que todos consideran bilbaíno a pesar de haber nacido en Francia, ya tienes la explicación al nombre popular de Puente Colgante de Bilbao.
Eso si, le llames como le llames, estás ante una obra única que lleva aquí desde 1893, y que en 2006 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Y para esto último, como sabes, tiene que tratarse de algo muy gordo.
Verás: a finales del siglo XIX, la Revolución Industrial tenía a todo el mundo ocupadísimo; y también a Bilbao, que crecía a toda pastilla con sus minas y sus barcos. Así que, aunque era buena idea unir las dos márgenes del río, era mejor todavía lograrlo sin estorbar a los buques que iban y venían.
A Alberto de Palacio se le ocurrió algo rompedor: un puente sin pilares y sin nada de lo que, según la tradición, debía tener un puente. Discurrió una estructura capaz de soportar una barquilla que transportase personas, vehículos y lo que hiciese falta, y aquel proyecto se convertiría en el primer puente transbordador del mundo hecho con el material del futuro y el progreso: el metal.
La imaginación del arquitecto no se agotó concibiendo el puente; tuvo que reservar una poca para conseguir dinero fresco con el que realizarlo. Los industriales y banqueros no acababan de ver claro un proyecto tan lanzado, y el hombre terminó creando una sociedad, con otras doce personas, que se trajo al ingeniero francés Ferdinand Arnodin, un tipo con experiencia en puentes colgantes.
Arnodin había sido discípulo de Eiffel, si, si… el de la torre que vigila París, y se iba a encargar de la construcción del revolucionario ingenio metálico, si bien sus discusiones con de Palacio no iban a ser pocas ni suaves.
Pero quizá te estés preguntando por qué era tan importante unir las dos márgenes del río. ¿Qué había en uno y otro lado para que se dedicase tanto tiempo a discurrir cómo comunicarlos por encima de los barcos?
Pues lo que había era dos balnearios, uno en cada orilla, rodeados de sus respectivas poblaciones veraniegas. Con la obra, turistas, bañistas y bilbaínos de bien podían ir, venir y saludarse levantando el sombrero mientras se ahorraban un paseo de veinte kilómetros.
Pero incluso a esta maravilla de puente le tocó sufrir en la Guerra Civil. Tanto que fue derribado en 1937, para cortar el avance de las tropas franquistas, siendo reconstruido años después. Y desde entonces ahí sigue, como símbolo de la Revolución Industrial y pasando un poco menos de calor desde que en 2010 se decidió pintarlo de otro color.
Resulta que el negro original, decidido por Alberto de Palacio, absorbía demasiada radiación térmica y provocaba dilataciones en la estructura, así que se optó por un tono rojizo que resolvía el problema. ¿Te gusta cómo ha quedado? Entonces, ¿A que esperas para cruzarlo?