Miranda de Ebro: una villa realmente bonita con un montón de historias que se remontan a casi cualquier época que se te ocurra. Y es que por algo es la segunda población más importante de Burgos, tras la propia capital.
La zona cuenta incluso con yacimientos romanos y prerromanos, y hasta fue un lugar inspirador para cantidad de ermitaños de la temprana Edad Media. Pero si nos ponemos estrictos, la primera mención de Miranda data del siglo VIII.
El caso es que como la villa estaba en una ubicación estratégica y, sobre todo, tenía un hermoso puente para cruzar el río, aquella población medieval fue creciendo y haciéndose importante para el comercio. Y es que por su puente tenían que pasar, y pagar tributo, todas las mercancías que cruzaban a tierras riojanas, vascas y burgalesas.
Pero llegó el destino con su implacable mazo y resultó que una riada se llevó en el siglo XVIII aquel puente original que tanto significaba para Miranda. Menos mal que Carlos III ordenó levantar uno nuevo, el que puedes ver hoy, convertido merecidamente en uno de los emblemas del pueblo.
Pero como te decíamos, la ciudad prosperó mucho gracias a su comercio, así que no le quedó otra que amurallarse, y hasta tuvo su propio castillo a partir del siglo XIV. Que en aquellos tiempos, si te iban bien las cosas, los líos venían solitos. No es mucho lo que nos ha llegado de aquella fortaleza, entre guerras y derrumbes, pero se mantuvo en funcionamiento cientos de años y solo quedó definitivamente abandonado en el XIX, tras los estropicios napoleónicos y carlistas.
Por supuesto, Miranda tiene sus iglesias con historia: la del Espíritu Santo se levanta sobre los restos de un templo en el que, dicen, se detuvo a rezar el mismísimo Cid Campeador. Y la de Santa María, en la que se guarda el cuerpo momificado de Pedro Pascual Martínez, mejor conocido como Chantre de Calahorra, un personaje medieval, muy querido por su generosidad con los más pobres y que, según la leyenda, murió golpeado por un saco de arena que su hermano, envidioso por la bondad y buena fama de Pascual, le lanzó desde un tejado.
También hay en la villa palacios renacentistas como la Casa de los Urbina y la de las Cadenas, donde se hospedaron tanto el insaciable Napoleón como el narigudo Fernando VII.
Pero la revolución de verdad llegaría a Miranda con el ferrocarril. Atrás quedaron los tiempos de transporte en carretas por su puente y la villa supo adaptarse a la nueva época.
Su estación, de aire victoriano, se inauguró en 1862, y la importancia de la localidad en los trazados ferroviarios trajo un nuevo crecimiento de la población que acabaría impulsando su despegue industrial hasta hoy. Empresas históricas como Fundiciones Perea, que exportaba campanas y relojes hasta Suramérica o la Cristalería Mirandesa que acristaló medio norte de España, así como otros negocios nacidos alrededor de las necesidades del tren, fueron dando más vida y dinamismo a esta villa tan llena de cosas interesantes.
Acabamos con mención y ovación a sus populares fiestas de San Juan del Monte, declaradas de Interés Turístico Nacional y cuyo origen se remonta a la Edad Media. 50 días después del Domingo de Pascua, las Cuadrillas, la romería a la ermita de San Juan, los cánticos y los ochotes, todo ello regado con buen Rioja, son los principales protagonistas.