Aunque Logroño sea a día de hoy una urbe de lo más moderna, en su pasado hay cantidad de tela que cortar. Piensa, por ejemplo, que en estas inmensas llanuras se libraron batallas que decidieron los destinos de los reinos medievales de Navarra, León y Castilla.
Eso ocurrió, entre otras cosas, porque esta zona siempre fue un lugar estratégico en el que confluían rutas y se marcaban fronteras. Y por eso el Camino de Santiago, que también pasaba por aquí, acabó siendo uno de los mayores responsables del desarrollo de la villa medieval.
Además, el rey Alfonso VI tuvo el detalle de concederle un fuero cuando el siglo XI terminaba, lo que hizo que la población ganase habitantes y cogiera un poco de aire. Algo que le hacía buena falta después de que el Cid Campeador entrase aquí a sangre y fuego y arrasara con todo a su paso. Sí, sí, hablamos del mismo Cid que sale en las películas como paladín de la cristiandad, aunque, en realidad, fue un personaje un poquillo más complejo.
Un siglo después de todo eso, existía ya una iglesia románica sobre la que, con el tiempo, se levantaría la actual Concatedral de Santa María de la Redonda. Es un monumento del que no te puedes perder ni lo de fuera, más bien barroco, ni lo de dentro, que incluye una pintura atribuida al mismísimo Miguel Ángel.
Tampoco le falta historia a la Inquisición logroñesa, porque a principios del XVII se discutió aquí el trascendental proceso de las brujas de Zugarramurdi y se firmó el llamado Edicto de silencio. Gracias a la firmeza de Alonso de Salazar, el documento terminaba con las condenas por brujería en España, y daba carpetazo a la costumbre de poner fantasiosas denuncias movidas, en realidad, por la envidia, la venganza, la avaricia y otros motivos más bien miserables, mezquinos y absurdos.
Brujas y torturas aparte, puedes acercarte a ver los restos de las murallas logroñesas y pasar por el monumento que la ciudad dedica al general Baldomero Espartero, todo un personaje romántico y controvertido que luchó en las Guerras Carlistas, en las napoleónicas, en Sudamérica y en cuanta batalla se le cruzó por delante. Baldomero fue herido ocho veces y se convirtió, en vida, en una especie de héroe legendario idolatrado por el pueblo. Tanto, que en Valencia la multitud llegó a desenganchar los caballos para tirar ellos mismos de su carruaje. Y tanto, que ya anciano y retirado de la vida política, llegaron a pedirle que aceptase la corona española. Pero parece ser que el hombre ya no tenía ganas de más líos.