Seguramente, la larga e interesante Historia de la ciudad de Sant Ander, hoy Santander, está menos presente en sus calles de lo que debería. Y es que a la capital cántabra le ha tocado sufrir un par de episodios de los que dejan huella… para mal.
El primero en 1893, cuando el barco Cabo Machichaco se incendiaba en esta bahía con las bodegas abarrotadas de dinamita, remantando el espectáculo con una explosión que es casi mejor no imaginar. Y así, una buena parte del antiguo barrio portuario fue borrado del mapa.
La mala suerte volvía a tomarla con la ciudad en 1941, esta vez en forma de enorme incendio que arrasó la mayoría del casco medieval.
Ambas catástrofes robaron a la villa un valioso patrimonio histórico, pero es mucho lo que sigue teniendo esta población, cuyos restos más antiguos son romanos y se encuentran bajo la actual catedral. Porque a los romanos, naturalmente, pocas cosas les gustaban más que un puerto como este.
Ya en la Edad Media, se fundó aquí la Abadía de los Cuerpos Santos para custodiar las reliquias de los mártires San Emeterio y San Celedonio. Según la leyenda, muy parecida a la del apóstol Santiago, ambos fueron decapitados y sus restos transportados a estas tierras a bordo de una barca forrada de piedra para defenderse del avance musulmán.
La villa creció en torno a aquella iglesia primitiva, se amuralló y construyó barcos para las flotas de los reyes hasta convertirse, ya por el siglo XIV, en uno de los enclaves navales más importantes de la península. Pero todo ello no serviría ni de lejos para defenderse de las varias epidemias de peste que aniquilarían a la mayor parte de los santanderinos, provocando una larga crisis que duraría hasta principios del siglo XVIII.
Entonces, la Historia gira de nuevo: Santander prospera gracias al comercio con América, y surge una rica burguesía con ganas de dar esplendor a la ciudad. A mitad del XIX, los balnearios se ponen de moda entre la gente pudiente, y el de El Sardinero adquiere muchísima fama cuando los reyes empiezan a dejarse caer por aquí. Los primeros son Isabel II y Amadeo de Saboya, y años después será Alfonso XIII el que disfrute del Palacio de La Magdalena, un impresionante edificio de influencias inglesas que la ciudad regala al monarca para sus vacaciones a modo de lo que hoy llamamos marketing y publicidad.
El Gran Casino y el Hotel Real abrirían también sus puertas a principios del siglo XX. Así que, si te das un largo paseo por esta zona podrás revivir la capital de aquellas décadas, cuajada de edificios suntuosos y tocada por un halo de distinción. ¿O crees que los reyes no sabían elegir su lugar de veraneo?
¿Qué ver en Santander en un día? ¿Me dará tiempo a conocer todo? ¿Por dónde empezar? Si buscas respuestas a estas preguntas y de paso saber todo lo que puedes visitar en la capital cántabra, en este post de "El viaje me hizo a mi", te lo explican con pelos y señales.