Te encuentras ante un muy peculiar pueblo medieval guipuzcoano, fundado en 1209 y que limita con la provincia de Bizkaia por la linea de costa. Su casco histórico ha sido declarado Conjunto Monumental por la gran cantidad de palacios y casas-torre que en él se conservan, a pesar de haber sufrido dos incendios a lo largo de su antañona Historia. Antiguamente se encontraba rodeado de un muro defensivo, del que ahora sólo puedes ver sus restos en la zona del puerto.
El pueblo de Mutriku es típico por sus estrechas, adoquinadas y empinadas callejuelas que, poco a poco, nos irán mostrando su interesante arquitectura. Así, en la plaza Churruca encontrarás la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, una de las mejores muestras de la arquitectura neoclásica de Gipuzkoa, y que se caracteriza por su campanario, así como por su portada clásica a la que se accede por una escalinata.
Aprovecha para darte un garbeo hasta el Palacio Galdona, ubicado en el centro de la villa frente al Ayuntamiento, y mandado construir por el sevillano Juan de Galdona y Muñoz. Disfruta de su belleza, de su ornamentación y del escudo de armas que puedes ver en la esquina de la primera planta.
Toca ahora echar un vistazo a una de las construcciones más antiguas de Mutriku y que por su altura destaca entre las demás torres medievales de la zona: la Torre Berriatua, también llamada Suilangoa, palabra que traducida al castellano quiere decir: “anterior al incendio” (el de 1953) y que fue construida para la vigilancia del puerto.
No hace mucho, a principios del siglo XX, Mutriku era un pueblo boyante económicamente gracias a su afamado balneario. Pero aquellos buenos tiempos se fueron con la llegada de la guerra civil en 1936 y así, dos años después, a algún “iluminado” no se le ocurrió mejor idea que convertir dicho balneario en una cárcel para mujeres del bando republicano y vigilada por las muy poco cariñosas monjas de la Orden de la Merced. Lo que entonces ocurrió allí no fue nada agradable... Hubo muchas muertes por las terribles condiciones en las que vivían aquellas presas políticas... tal vez para que nadie pidiera demasiadas explicaciones sobre los “robos de bebés” que allí acontecieron, los cuales una vez huérfanos, eran dados en adopción a familias vinculadas al régimen franquista. Por eso quizás no es tan malo que el viejo balneario, ya desprovisto de su encanto “Belle Époque” tras esos rechazables acontecimientos, no haya sobrevivido hasta hoy. La cárcel se cerró en 1944, y tras servir un tiempo como seminario, el edificio fue demolido quedando tan sólo un solar, hoy convertido en aparcamiento.
En fin... Cambiemos ahora un poco el “chip” para contaros algo sobre el patrimonio natural de Mutriku que se divide a partes iguales entre su costa y sus montes. El macizo de Arno, con su color verde oscuro amablemente cedido por el bosque de encinas que le adorna y cuyo origen se sitúa en el Cretácico, es decir, hace 100 millones de años. ¡Anda que no ha llovido! Anímate a perderte por sus numerosos senderos en los que, además del paisaje, podrás disfrutar de cuevas, hornos caleros y de la ermita de Santa Cruz.
Al pie del monte Arno se encuentra el barrio de Astigarribia, un importante enclave del Camino de Santiago. Una de las curiosidades de este pequeño barrio, plagado de caseríos y casas-torre, es la Iglesia de San Andrés, que a pesar de aparentar ser una sola iglesia, esconde bajo su tejado una iglesia dentro de otra, ambas separadas por un pasillo. ¡Una sorpendente manera de ampliar el pequeño edificio inicial! Ya en su interior, podrás ver un precioso ventanal mozárabe de herradura y un enterramiento humano que data de la Edad Media.
Y para acabar, algo sobre la costa de Mutriku, que junto con la de Deba y la de Zumaia pertenece al Geoparque Mundial de la UNESCO, un viejo conocido entre los amantes de los fósiles dada la abundancia de ammonites y belemnites que hay en ella. La playa de Saturraran, también llamada Eskilantzarri por su aspecto de campana, es de origen cretácico y cuenta la leyenda que los peñascos de Saturraran deben su forma a los amantes Satur y Aran. Satur era pescador y cada vez que salía a la mar Aran esperaba ansiosa su llegada. Un día Satur no volvió y Aran enfurecida maldijo al mar pidiéndole que se la llevara con su amado. Dicen que aquella noche se escuchó un gran estruendo y Aran desapareció para siempre. La misma noche en la que las rocas cambiaron de forma, convirtiéndose para siempre en las figuras de Satur y Aran.