El comerciante inglés Edward Merial apresuraba el paso aquella noche helada de 1654. Junto a los muros de la iglesia de San Nicolás oyó desenvainarse un acero y, precipitadamente, echó mano del suyo. Pocos segundos después, el mujeriego británico yacía en el suelo, atravesado por una estocada mortal. Las sombras se habían tragado al asesino y sus motivos quedaban para siempre en el misterio, entre especulaciones sobre intrigas políticas y amantes despechados.
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El comerciante inglés Edward Merial apresuraba el paso aquella noche helada de 1654. Junto a los muros de la iglesia de San Nicolás oyó desenvainarse un acero y, precipitadamente, echó mano del suyo. Pocos segundos después, el mujeriego británico yacía en el suelo, atravesado por una estocada mortal. Las sombras se habían tragado al asesino y sus motivos quedaban para siempre en el misterio, entre especulaciones sobre intrigas políticas y amantes despechados.
Aquella iglesia no era, en realidad, un escenario propio para muertes por espada. Al contrario, los pescadores medievales la habían levantado en honor a San Nicolás de Bari, su patrón, con lo que la idea original del lugar era salvar vidas: que el santo velara por aquellos hombres cuando se hacían a la mar y se jugaban el físico frente a olas, vientos y tempestades.
Y es que el terreno que hoy ocupa el paseo del Arenal no era más que un humilde barrio marinero allá por el siglo XV, cuando la pequeña ermita fue construida. Después, siglos de inundaciones e inclemencias la redujeron a polvo, y en 1756 se erigió un templo nuevo al que la Historia también le guardaba algunas divertidas sorpresas.
San Nicolás cerró sus puertas durante la Guerra de la Independencia, y justo después, en 1816, los cielos descargaron un rayo sobre ella. Todavía tendría que soportar algunos avatares más de esa clase, pero por suerte pudo llegar hasta nuestros días con su planta de cruz griega y sus torres de aire churrigueresco.
Aún tratándose de una construcción barroca del XVIII, su aspecto resulta de una sencillez sorprendente que hace pensar en la iglesia romana del Gesù y en los comienzos de dicho estilo. También su cúpula es una rareza entre los templos antiguos de la ciudad. Además, en el suntuoso interior trabajaron maestros como Juan de Mena y se guardan retablos rococós que bien merecen un vistazo.
Si, de todos modos, no te parecen motivos suficientes la dimensión religiosa, el valor artístico y el historial catastrófico del templo, todavía podemos añadir su significado político: en 1813, con Bilbao en manos de los españoles, portugueses y británicos que combatían a Napoleón, hubo que elegir un lugar para proclamar solemnemente la Constitución de Cádiz. ¿Adivinas cuál fue?