Paseando por la Gran Vía de Bilbao uno no para de encontrar edificios llamativos, y, por unas u otras razones, todos merecen un vistazo.
Dejando atrás la estación de Abando y la estatua de Diego López de Haro, aparece la emblemática torre de oficinas del BBVA, puro racionalismo setentero en gris y salmón. A la misma línea estética se apunta la mole de El Corte Inglés, aunque no el edificio historicista que encontramos a continuación; ese pertenece también al BBVA y tiene en lo alto a su Mercurio alado, aquí ejerciendo de dios romano del comercio.
Pero quizás sea el Palacio de la Diputación Foral de Vizcaya la construcción más sorprendente de toda la zona. Él solito ocupa majestuosamente una manzana entera y, desde luego, no destaca por su humildad ni por su sencillez.
Y es que lo que quería la Diputación cuando lo encargó era justamente eso: poderío, empaque y solemnidad. Que se notase que aquel era un señor palacio. Así que Luis Aladrén, que también había proyectado el sofisticado Gran Casino (hoy Ayuntamiento) de San Sebastián, se ocupó de darle el gusto a aquella burguesía bilbaína que empezaba a chorrear dinero hasta por las orejas.
El edificio fue inaugurado en 1900, en todo su ecléctico esplendor. Abarrotado de balconadas, frontones, columnas y demás panoplia barroquizante, hizo las delicias de las élites que habían surgido en la vieja villa con la prosperidad de las minas, las fábricas y los barcos mercantes.
Al lado de este orgulloso mamotreto, y a poco que te fijes, encontrarás la estatua de un personaje de porte señorial. Se trata de John Adams, segundo presidente de los Estados Unidos, que pasó por aquí en 1780, mucho antes de ostentar tan elevado cargo. Así que hay, al menos, dos preguntas que contestar sobre este asunto: a qué vino Adams a Bilbao y por qué la ciudad le dedicó, en 2011, este busto de bronce realizado por Lourdes Umerez.
Pues bien: el caballero se acercó principalmente para entrevistarse con Diego de Gardoqui, empresario vasco que jugaría un papel decisivo en el apoyo a los revolucionarios norteamericanos. Pero además, John sacó tiempo para estudiar las leyes forales vizcaínas y quedar vivamente impresionado por su perfección y buen juicio; así que dedicó un montón de elogios y alabanzas a esas normas y a las gentes que por ellas se regían. Lo cual nos lleva a la respuesta a la segunda pregunta:
Las instituciones pensaron que era buena idea honrar a uno de los padres fundadores de la nación estadounidense, ya que había tenido el detalle de pasar por Bizkaia y, sobre todo, de hablar maravillas de la tierra. Esas maravillas se hicieron grabar, finalmente, en el pedestal del monumento, y ahí, relucientes y en tres idiomas, las podrás encontrar.