Seguramente no existe ninguna catedral medieval que no tenga una historia interesante. Y la de Vitoria, la Vieja, también tiene la suya. Lo que pasa es que no está demasiado claro dónde empieza.
Dicen algunas vetustas crónicas que cuando el rey Sancho el Sabio fundó Nueva Victoria, en 1181, ya había una capilla románica por allí. Y parece que sobre ella se terminó levantando la Iglesia de Santa María, que cantidad de tiempo después llegaría a tener la condición de catedral.
El caso es que lo que hoy puedes ver nos llega desde el siglo XIV, cuando el templo fue más o menos terminado según el estilo gótico que entonces pegaba fuerte. Pero este gótico no era el de otros sitios, florido y exuberante, sino más sobrio y mucho menos adornado, a excepción del pórtico de entrada. ¿Y a qué vino tanta seriedad?, te preguntarás.
Pues básicamente a que el templo estaba tan dedicado a la gloria de Dios como a la defensa de los vitorianos; o sea, que rezar sí, pero evitar ataques e invasiones, también. Ese carácter de sólida fortificación te quedará clarísimo si das una vuelta por la plaza y le echas un ojo a los restos de la muralla que hay entre la catedral y el Palacio de Montehermoso. Piensa que era la Edad Media y la ciudad se había plantado chulamente en mitad de un montón de caminos que un día podían traer pacíficos comerciantes y al siguiente ejércitos con ganas de camorra.
Aunque esos no iban a ser los principales problemas del edificio. Cuando adquirió la categoría de colegiata, allá por el siglo XV, sus responsables se vinieron arriba y empezaron con obras para realzar el conjunto. Levantaron la torre del campanario, sustituyeron las antiguas bóvedas ligeras por otras más pesadas y el equilibrio de fuerzas se resintió seriamente, como entenderá cualquier aficionado a la ingeniería.
Hubo que recurrir a arbotantes y contrafuertes, pero aun así, en la estructura empezaron a aparecer deformaciones y grietas que hicieron temer que todo se viniera abajo. Con pies de plomo se fueron haciendo reformas para remediar la cosa, pero pasaron los siglos, llegó el XX y las complicaciones no estaban solucionadas. Tampoco es que hubiese ayudado demasiado el incendio que se declaró en 1856, mientras la ciudad celebraba el haberse librado de una epidemia de cólera.
Así que, en los pasados años noventa, se decidió coger el toro por los cuernos y emprender un ambicioso plan de restauración integral que dejase la Catedral Vieja como nueva, aunque parezca un contrasentido. Los trabajos fueron reconocidos y premiados y hasta Ken Follett presentaría en el templo la continuación de su famoso libro "Los Pilares de la Tierra", aprovechando para dedicar un montón de elogios a la Catedral de Vitoria. Que no es un invento novelesco, no. Que está ahí, y tienes que verla.