Pamplona... Capital del “viejo reyno” de Navarra es una ciudad de tamaño medio (unos 200.000 habitantes en 2016) en la que se conjuga un urbanismo moderno que ha crecido armonizado con venerables monumentos que hay que ver.
Y es que Pamplona es una ciudad con una laaarga historia. Como estás oyendo esta audioguía, probablemente te gusten los pedruscos antiguos e incluso también es posible que te hayas visto alguna serie como “Roma”... Entonces... ya sabrás quién era Pompeyo... Vale... Pues ese acérrimo enemigo de Julio César fue quien fundó esta ciudad poniéndole su nombre: Pompaelo, la ciudad de Pompeyo, allá por el año 74 A. C.... Y si además de las series de HBO, también te gustan los cómics de Astérix, seguro que ya lo sabías, porque “Pompaelo” es la primera parada que hacen los irreductibles galos en su viaje a Hispania.
Y ahora que ya hemos hecho las presentaciones, vamos a hablar de eso, de lo que hay que ver en esta ciudad. A nosotros nos parece que Pamplona tiene un pequeño condicionante, y es que un escritor norteamericano algo “echao p’alante”, Ernest Hemingway, hizo famosas sus fiestas de San Fermín, y ahora parece que si no estás en Pamplona entre el 7 y el 14 de julio, no hay nada que ver en esta ciudad. Craso error.
La ciudadela de Pamplona, y lo que queda de sus murallas en la zona conocida como el Redín, son la Historia escrita en sus piedras, haciendo que merezca la pena pasearse por allí cualquier día del año. Estas murallas, aparte de ser un ejemplo perfectamente conservado del arte militar barroco (ese capaz de resistir durante días, semanas, meses... al ataque de la artillería enemiga), han visto cosas muy singulares.
En el año 1691, cuando Luis XIV, el Rey Sol, se vió metido en otra de esas guerras que tanto le atraían, su fiel agente en la frontera entre las dos Navarras (la peninsular y la continental), el flamante duque Antonio de Gramont, envió varios espías para que se infiltrarán hasta el mismísimo corazón del “viejo reyno” de Navarra. Lo consiguieron... Pero no mandaron muy buenas noticias. Los espías dijeron que en las ferrerías fronterizas trabajaban agentes holandeses (entonces aliados de los españoles) preparando una bien surtida cantidad de armamento. ¿Y para qué era tanto preparativo? Pues seguramente para la invasión del “Bearn”, una región situada a los pies de los Pirineos Franceses.
Pero es que además, resulta que aquellos espías del duque también concluyeron que las Cortes navarras estaban muy enfadadas con el rey de España... Tanto como para estar dispuestas a sublevarse... Y el caso es que tampoco estuvieron muy finos en lo que a intuición se refiere, ya que en realidad las Cortes sólo tenían palabras de agradecimiento por el dinero enviado por el rey para mejorar y perfeccionar esa formidable maquinaría mortífera que son estas murallas que ahora ves. Es decir, justo lo contrario.
De hecho, eran tan buenas esas murallas que cien años después, en febrero de 1808, las invencibles tropas de Napoleón tuvieron que librar en esta ciudadela la más extraña de sus batallas. Se llamó “la batalla de las bolas de nieve”. Aprovechando una nevada, los astutos soldados del emperador consiguieron engañar a los guardias españoles que protegían el paso a la ciudadela, lanzándoles bolas de nieve. Y así, aunque parezca increíble se hicieron con ella, evitando de paso un asedio que les habría costado muchos días, quizás meses, y, sin duda, muchos huecos entre sus filas, ya que en aquellos tiempos la toma de esa clase de fortificaciones que tienes ante ti, se solía saldar con 7 de cada 10 atacantes muertos... Sitúate en los fosos de la ciudadela y lo comprenderás mejor. Verás que avanzar por ellos significaba dejarte coger en fuego cruzado desde tres direcciones distintas.
Para acabar, puedes aprovechar este lugar para sacarte un selfie simulando atacar estas murallas y subirlo a nuestro Instagram... ¿Lo tienes?