Quizá te estés preguntando qué tiene de especial el Mercado de La Ribera para que sea tan recomendable ir a darse un paseo por allí.
Pues, para empezar con unos fuegos artificiales, te diremos que la edición de 1990 del libro Guinness lo incluyó como Mercado municipal de abastos más completo del mundo, y el mayor en número de puestos y de comerciantes. Sus diez mil metros cuadrados lo convierten, además, en uno de los mercados cubiertos más grandes de Europa.
Pero este no sería un mercado cualquiera aunque solo tuviésemos en cuenta sus dimensiones. Además, La Ribera es una rareza si la comparamos con los dos tipos que estos espacios suelen presentar en nuestro continente: lo habitual es que se trate, bien de una instalación metálica de finales del XIX que ha sobrevivido, o bien de una reconstrucción reciente de un mercado antiguo que soportó mal la vejez.
Ninguna de esas dos clases de establecimiento encaja con el mercado bilbaíno, raro por el momento en que fue construido y por el estilo que empleó su arquitecto. Pedro Ispizua Susunaga, que así se llamaba, había sido formado en un eclecticismo que la época ya había dejado atrás; en su trayectoria figuraban obras historicistas y hasta había hecho prácticas con Gaudí, pero en 1929, cuando se enfrentó al proyecto de La Ribera, enfocó las cosas de manera muy distinta.
Eran los años de la velocidad, el optimismo, el jazz y la fe en el futuro: nada de volver a las formas góticas ni a las caducas filigranas modernistas, debió de pensar Ispizua. Lo que había que hacer era diseñar una estructura de hormigón armado y adornarla con ornamentos art decó, porque ese era el signo de los tiempos.
Nadie podía saber que escasos meses después de inaugurarse el flamante Mercado de La Ribera, ese signo iba a cambiar de golpe y porrazo con el crack de otro mercado. En este caso un mercado financiero situado en Wall Street.
Pero La Ribera siguió en pie y llegó a nuestros días manteniendo gran parte de su aspecto original. Como podrás comprobar, su interior es el sueño de todo aficionado a comer y cocinar. Eso es lo que ha sido siempre, a excepción de unos días de 1983 en que las inundaciones lo convirtieron, también, en la enorme piscina con la que sueña todo nadador.