Llegando a Cantabria desde el Este darás con El Astillero, que de entrada quizá te parezca un sitio sin mucho que visitar. Pero no es así, y te vamos a explicar por qué.
No es que su moderna iglesia tenga especial mérito, aunque guarda un retablo churrigueresco del XVIII. El interés de El Astillero, en realidad, tiene mucho más que ver con el cañón naval que hoy está plantado en el parque que mira a la bahía.
Porque aquí, como ya te habrás imaginado por su nombre, se construyeron barcos. Barcos enormes y cargados de artillería con los que la flota española dominó los siete mares, y a los que recuerda un señor navío que preside el centro del escudo municipal.
Parece que todo empezó en 1581, cuando Felipe II estaba necesitado de galeones para escoltar el oro que atravesaba el océano día sí y día también. Se escogió esta zona como lugar de construcción por la calidad de su madera y porque su bahía, al abrigo del viento, era perfecta para botar aquellas máquinas marinas.
Así que en este sitio, durante un par de siglos, probarían el agua montones de buques, algunos de ellos llamados a escribir la Historia de aquellos tiempos. Como el Real Felipe, que llevó al combate de Tolón su centenar largo de cañones y fue, en su momento, uno de los mayores barcos del mundo. Y, sobre todo, como el San Juan Nepomuceno.
En 1765 se fabricó en Guarnizo ese navío que se haría famoso gracias al heroísmo de su capitán, Cosme Damián Churruca, en la batalla de Trafalgar. Al amigo Cosme no le dio la gana de rendirse, aun en mitad del fuego infernal y con todo perdido. Prohibió a sus oficiales que lo hicieran mientras a él le quedase aliento y terminó, el San Juan Nepomuceno, rodeado de seis naves británicas friéndolo a cañonazos. Uno de ellos arrancó la pierna a Churruca, que, según cuentan, metió el muñón en un barril de harina para poder aguantar en pie aunque fuera sin poder moverse.
Tras abatir al capitán, y con la cubierta plagada de cadáveres, finalmente el barco se rindió. Los ingleses tomaron posesión de él, colocaron una placa en reconocimiento al marino vasco y ordenaron que, en adelante, todo aquel que entrase en la cabina que Churruca había ocupado, se descubriese.
Y fíjate lo que son las cosas que en 1835, apenas treinta años más tarde, un batallón de voluntarios y aventureros británicos llegaba a El Astillero para luchar contra los carlistas en las montañas cántabras y vascas. En ellas se batieron el cobre a cambio de algunas monedas y unos cuantos, que lograron salir vivos, escribirían libros contando sus peripecias.
Hasta es posible que alguno quedase por aquí cuando, tiempo después, empezó a funcionar la compañía minera La Orconera. Tenía socios ingleses y españoles, y de ella ha sobrevivido un antiguo cargadero de mineral de hierro que también hoy puedes ver en este sitio en el que parecía que no había nada de interés.