En el centro del paseo de la Cocha es donde se encontraba el primitivo edificio de la Perla, un barracón de madera roja, que fue derribado cuando en 1912 se reformó el paseo y se construyó el actual complejo con el pomposo nombre de: «La Perla del Océano».
Aquejada, la reina Isabel II, de una enfermedad en la piel, los médicos le recomendaron tanto baños de vapor, como baños de mar. Y dado que aquellas inmersiones en playas Cantábricas, le aliviaban considerablemente su trastorno cutáneo, fue ella quien puso de moda que los monarcas acudieran a localidades costeras durante la época estival para darse sus realísimos chapuzones.
Años más tarde, otra reina llamada María Cristina establece en la ciudad el centro de veraneo de la Casa Real y lo que hoy es el Club Eguzki, era su Caseta Real. Los baños de mar formaban parte de los placeres refinados de los veraneantes, un acto que unía los efectos terapéuticos a la relajación y el bienestar.
Desde este lugar la Familia Real marcaba el protocolo de los baños, creándose a su alrededor un original mundo de tertulias playeras protagonizadas por políticos de todas las ideologías, artistas y personajes de la aristocracia. En esa época era costumbre, que la familia de monarcas y toda su corte de seguidores abandonaran Madrid para acudir a San Sebastián, donde el veraneo se prolongaba durante meses a pesar de su clima.
Pero estamos en 1894 y por aquellos entonces, se consideraba de mal gusto bañarse en público; más aún, ser visto en bañador, ya que dentro de la rigidez católica de aquellos tiempos, podía entenderse como un desacato a las normas morales de la Iglesia.
Al contrario que en los balnearios, los "baños de ola" no eran aprobados tan a la ligera. Esto suponía que los hombres se vestían con un amplio… excesivamente amplio bañador, que les llegaba hasta la rodilla. Y para ellas, el atuendo consistía en un vestido que les llegaba hasta los tobillos… ¡Vamos, casi, casi como hoy en día!
Y es en esas, cuando María Cristina, reflexiona:
“Para qué me he comprado el Palacio de Miramar de San Sebastián, si voy a ser objeto de las miradas de los curiosos, de la reprobación social y encima estar en contra de las recomendaciones del Gobierno y de la Iglesia”.
Así que un día concluyó que a grandes males, grandes remedios… surgiéndole una brillante idea de cara al verano de 1894: Ella y su real hijo, se bañarían con la discreción, intimidad y el recato que su sangre azul merecía, de forma que para evitar las miradas indiscretas, ordenó construir una real caseta de madera, movida a vapor, dotada de rieles y bien cerradita, la cual permitía realizar el desplazamiento playa arriba, playa abajo, para entrar y salir del agua salvaguardando sus realísimos baños de las miradas indiscretas.
Y lo que son las modas; aquella caseta para el baño creó tendencia… y hubo un momento que en La Concha hubo hasta 242 casetas de madera, dotadas de ruedas y movidas por bueyes. Vamos… todo un tráfico de artilugios rodantes…
A partir de los años cincuenta La Perla se convirtió en Sala de Fiestas, siendo obligado punto de referencia en el calendario de actividades veraniegas, pero ya en 1993 el edificio presentaba un estado muy deteriorado como consecuencia de los daños acumulados por los intensos temporales de su eterno vecino, el Cantábrico. El inmueble fue reconstruido en su totalidad, respetando, eso sí, el diseño original y transformando parte de sus instalaciones para acoger el actual centro de talasoterapia. Unas instalaciones que reparten salud y serenidad, junto a unas privilegiadas vistas sobre la bahía que te harán sentir como una moderna reina.