Sería muy raro que no conocieses a nadie que tenga, o haya tenido, algún mueble fabricado en Nájera, porque esta población riojana ha amueblado durante décadas a la mitad de España, tirando por lo bajo.
Pero el caso es que nosotros no vamos a hablarte mucho de muebles, sino de otras cosas que han ocurrido en este lugar desde que los árabes le dieron el nombre de Náxara, algo así como lugar entre rocas.
La zona fue tierra de nadie durante un montón de tiempo, y moros y cristianos se peleaban aquí cada lunes por la mañana hasta que el rey Sancho Garcés consiguió controlar el territorio. Eso fue sobre el año 923, y muy poco después los musulmanes dejaban Pamplona hecha puré, con lo que la corte real se trasladó a Nájera, y así la ciudad cogió impulso para lo que sería su esplendor medieval. De aquellas épocas quedan, por ejemplo, los restos del Castillo de la Mota y los del alcázar, pero si hay un edificio que tengas que ver aquí, seguro, es el Monasterio de Santa María la Real.
Su historia empieza con el habitual milagro en la Edad Media. En el año 1044, el rey sale de caza y zas, se encuentra en una cueva una imagen de la Virgen junto a una campana y un ramo de azucenas. Lo que tocaba entonces, por supuesto, era construir un monasterio en el lugar.
Pero el monarca quería además que el edificio fuera famoso e importante, y lo mejor para eso era traer algunas reliquias que guardar en su interior. Una idea que, la verdad, no fue muy buena que digamos. Y es que al intentar sacar de su tumba los restos de San Felices, el obispo encargado notó cómo una fuerza misteriosa lo alejaba de la sepultura y le deformaba terriblemente la cara, además de desatar una tormenta que hizo salir por patas a todos los asistentes a la exhumación.
Sin embargo, el rey García Sánchez no se dejó impresionar por este mal rato, y decidió traer del Monasterio de Suso las cenizas de San Millán. Esta vez fue personalmente a dirigir el asunto, pero los bueyes que trasportaban los huesos santos se detuvieron nada más bajar al valle y nadie consiguió moverlos ni un milímetro. Inquietante, ¿no?
No faltan, sin embargo, muertos ilustres en Santa María la Real. Aquí están los sepulcros de una larga lista de reyes, reinas y nobles, además de la cueva de la leyenda y multitud de obras y objetos llegados de un tiempo en que, de un modo u otro, giraba la historia y se empezaba a gestar la España que hoy conocemos.