Por eso de los tópicos, se suele pensar en Castilla como una tierra de caminos polvorientos y campos de trigo hasta donde alcanza la vista. Y la poesía ha tenido su gran parte de culpa en esa idea, que quede claro.
El caso es que resulta una injusticia manifiesta para lugares como Orbaneja del Castillo, un pueblo al borde mismo de Cantabria que no deja por eso de ser castellano, y que, sobre todo, es un sitio espectacular. Pero espectacular de verdad; tú fíate de nosotros.
A estas zonas de desfiladeros se subieron los visigodos con ganas de resistir a las huestes musulmanas que, desde el siglo VIII, les habían ido comiendo las papas. Ellos no pedían más que arcos, lanzas y un buen barranco donde preparar emboscadas. Así que este era un paraje ideal, perfecto para encastillarse después de la gresca si a los infieles les daba por montar un asedio.
No hacía falta que el entorno fuera bonito, pero resulta que el de Orbaneja parece sacado de un cuento de príncipes y hadas; como si en cualquier momento fueran a aparecer los de Dreamworks para desmontar el decorado.
No se trata solo del tremendo paisaje que forma el Cañón del Ebro a su paso por estos lares; ni de que corra un arroyo y una cascada increíble por el mismo pueblo; ni de que la erosión haya dado esas formas alucinantes a las piedras y los riscos. Es que, además, las casas de Orbaneja, colgadas de la ladera, forman con todo eso un conjunto de belleza arrebatadora. Son casas montañesas que sobreviven, apretujadas, en un sitio que en tiempos acogió a mozárabes y judíos, cuando la amenaza árabe quedaba ya lejos y era cuestión de repoblar este maravilloso enclave.
¿Le faltaba algo a Orbaneja del Castillo? Pues sí. Le faltaba que vinieran los caballeros templarios y levantasen aquí el Hospital de San Albín, para dar cobijo y ayuda a los peregrinos que iban a Compostela.
Así pues, recapitulando, tenemos visigodos e historias misteriosas; tenemos cuevas, arroyos, cascadas corriendo montaña abajo y un cañón despampanante; tenemos una maravillosa arquitectura agarrada a la pendiente y tenemos restos de la presencia templaria. Tú verás si vale la pena la escapada hasta este lugar.
¿Y qué pasa con el castillo del nombre? Pues quizá existió uno alguna vez, o quizá ocurrió que las formas de las rocas calcáreas, en lo alto, recordaban tanto a una fantasiosa fortaleza que sirvieron para bautizar el sitio. Sin descartar, por supuesto, la opción de que el castillo se hubiera vuelto invisible por culpa del hechizo de algún brujo con mal pronto. Que esas cosas también pasan a veces.