Este pequeño museo, que se alberga en la casa-torre del puerto donostiarra, es un edificio barroco construido a mediados del siglo XVIII para ser el Consulado del puerto, siendo uno de los pocos que sobrevivieron a la destrucción de la ciudad por parte de las tropas de Wellington.
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Este pequeño museo, que se alberga en la casa-torre del puerto donostiarra, es un edificio barroco construido a mediados del siglo XVIII para ser el Consulado del puerto, siendo uno de los pocos que sobrevivieron a la destrucción de la ciudad por parte de las tropas de Wellington.
Si pusiéramos en marcha una máquina del tiempo que nos tele transportara al año 1782, nos encontraríamos con una casa fortificada recién estrenada, habitada por una persona de autoridad y con un montón de funciones muy importantes.
El teniente del puerto que habitaba aquí tenía como cometido controlar la actividad portuaria: vigilar entradas y salidas de barcos, cobros por amarres, control de cargas y descargas, mantener los fondos y muelles limpios y atender los desperfectos después de los temporales. También tenía que proveer a las tripulaciones de pan y vino cuando las puertas de la ciudad estaban cerradas, así como de mantener el orden y seguridad del puerto, especialmente durante la noche, para lo cual la casa-torre incluía hasta una pequeña cárcel.
Y es que el inmueble se hallaba en pleno barrio de la jarana, llamado así porque el puerto quedaba extramuros de la ciudad y cuando las puertas de la ciudad se cerraban, el jolgorio y la diversión se daban cita en esta zona.
El Consulado trató en todo tiempo de impulsar el desarrollo de la economía marítima donostiarra fomentando el comercio y la navegación. Su máxima aportación fue sin duda el apoyo incondicional prestado a la gestación y desarrollo de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas.
Con el devenir de los años, la casa torre albergó también la escuela náutica y también se sucedieron años de prestación de auxilio a barcos y tripulaciones en apuros, hasta que a finales de los años 80, se toma en consideración la idea de transformar la Casa-Torre en el actual museo naval. Pese a las dificultades derivadas de la falta de colecciones y de las reducidas dimensiones del edificio, se desarrolló un proyecto en el que participaron varios historiadores y técnicos. El objetivo del nuevo museo era contribuir, junto con otras instituciones y organismos, a la recuperación, conservación, estudio y divulgación del patrimonio marítimo vasco.
Dividido en tres plantas, hoy las dos primeras están dedicadas a exposiciones sobre la historia y la relación de la ciudad con el mar, ubicándose en la tercera un laboratorio y una biblioteca.