Si hay un adjetivo que define a los y a las donostiarras, ese es Resilencia. Y es que a esta ciudad le ha tocado renacer de sus cenizas. Y este lugar, La Bretxa, es una buena prueba de ello ya que estamos en uno de los lugares de la ciudad donde más sangre fue derramada... Verás:
Este edificio fue construido en 1871 y toma su nombre de la brecha que se abrió, durante la Guerra de la Independencia, en la muralla que protegía a la ciudad.Cerremos por un momento los ojos, abramos los sentidos y viajemos hacia atrás en el tiempo. Mismo sitio, pero ahora estamos en 1813. Es el día 31 del mes de Agosto.
El sonido ensordecedor. El olor a pólvora y a muerte, está por todas partes. Y es que aquí mismo, en uno de los muchos asaltos, se logró abrir un boquete en la muralla. Este orificio o brecha permitió la entrada de las tropas inglesas y portuguesas que derrotaron a los franceses que se encontraban en el interior de la ciudad.
Dos mil quinientos soldados aliados y quinientos franceses perdieron la vida durante un ataque que apenas duró dos horas y que continuó días después por las calles de la ciudad hasta la total destrucción de la población y de sus habitantes.
Justo debajo de nuestros pies, en el parking, todavía pueden verse trozos de la muralla que fueron derribadas en 1863, momento en el que la ciudad dejó de ser Plaza Militar convirtiéndose en una ciudad más civilizada. Merece la pena que bajes un momento al parking y veas sus restos.
El actual edificio fue proyectado por el arquitecto Cortázar y construido por Nemesio Barrio y José Goikoa, finalizando la obra en 1871. De estilo neoclásico, fue edificado con piedra de sillería procedente de las canteras de los montes cercanos de Ulía e Igueldo. La cubierta es de hierro. Desde el principio su función fue convertirse en el nuevo mercado de la ciudad, una actividad que hasta entonces se venía realizando en la Plaza de Gipuzkoa, a dos manzanas de este lugar.
Hoy todavía los puestos del mercado tradicional se mantienen y ofrecen productos de gran calidad. El sibaritismo y la alta gastronomía donostiarra tienen aquí su kilómetro cero. Son muchas las personas afamadas cocineras que abastecen diariamente sus fogones gracias a este mercado. En la actualidad, la actividad tradicional de los productos locales conviven y se complementan con una oferta comercial más acorde con los tiempos.
Pero es mejor que lo experimentes por ti mismo paseando por entre estas paredes llenas de historia. Puedes caminar por entre los puestos de frutas, conservas, charcutería, carnicerías y pescaderías de altísima calidad culinaria. En la parte exterior, por las mañanas, se sitúan los puestos de “las caseras”, donde se pueden adquirir una abundante selección de verduras, hortalizas y otras exquisiteces de producción propia y denominadas de ‘El País’. Calidad de producto en su máxima expresión.