Acantilados, playas, unas marismas enormes y una gran bahía abierta a un mar repleto de anchoas de primera vigiladas por el Faro del Caballo, cuyo emplazamiento merece la pena visitar. Todo eso y más tiene Santoña, y todo eso y más les gustó a los romanos que, en el siglo I, montaron aquí un puerto estupendo para comerciar con la Galia.
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Acantilados, playas, unas marismas enormes y una gran bahía abierta a un mar repleto de anchoas de primera vigiladas por el Faro del Caballo, cuyo emplazamiento merece la pena visitar. Todo eso y más tiene Santoña, y todo eso y más les gustó a los romanos que, en el siglo I, montaron aquí un puerto estupendo para comerciar con la Galia.
Pero ellos no fueron los primeros en quedarse prendados del lugar. Un montón de milenios antes ya lo habían poblado personas que dejaron su rastro en varias cuevas de la zona.
En cuanto a Roma se le pasó el arroz, llegaron los visigodos, que pudieron permanecer aquí mientras el resto de la península era invadida por los seguidores del Profeta. Los musulmanes no se atrevieron con las montañas cántabras y en esta región hubo cierta tranquilidad. Es por ello que de la villa de Santoña no existen apenas noticias hasta el año 1038.
En esa fecha, el abad Paterno le da nueva vida a la primitiva y pequeña comunidad que, al parecer, había aquí. Manda arreglar el viejo monasterio, impulsa la repoblación e introduce a Santoña en la Historia con todos los honores. De esos medievales tiempos queda, por ejemplo, la iglesia de Santa María del Puerto, levantada en el siglo XIII sobre unos restos mucho más antiguos.
Empezaba ya la Edad Moderna cuando Santoña participó en la aventura descubridora de Colón, y justamente a la mano de un santoñés, Juan de la Cosa, se debe el primer mapa del mundo que incluyó las tierras americanas recién encontradas. De hecho, en la iglesia que se encuentra al final del Paseo Marítimo podrás ver a la Virgen Santa María del Puerto. Se trata de la figura original que el mismo Juan de la Cosa se llevó en su carabela, la Santa María, rumbo a descubrir el nuevo continente. Estás por tanto ante la figura que parece ser la responsable de que aquella carabela se llamase la Santa María, siendo también la primera imagen de la Virgen que pisó tierras americanas.
Pero la modernidad no iba a ser muy pacífica para la villa. Con una ubicación tan interesante y un puerto tan chulo, el sitio era demasiado tentador para los franceses, y en el XVII no quedó otra que construir los fuertes de San Martín y de San Carlos para proteger la bahía. Las tropas de los vecinos volverían a hacer de las suyas en el siglo siguiente, y ellos mismos levantaron otro fuerte que hoy se llama de Napoleón.
Baluartes militares aparte, tienes que ver el Palacio del Marqués de Manzanedo y darte una larga vuelta por esta población, que hasta bien entrado el siglo XIX estaba abarrotada de huertas con sus naranjos y sus limoneros.
Y rematamos con una breve anécdota sobre la villa: Corría el año 1933, cuando Charles Lindbergh hizo un amerizaje de emergencia en esta bahía mientras daba la vuelta al mundo con su mujer. La cosa fue un verdadero acontecimiento para Santoña, y tanto lo fue que el Ayuntamiento homenajeó al aviador con un banquete que se llevó medio presupuesto municipal. Hay que comprender que no todos los días se presentaba en el pueblo la primera persona que atravesó el Atlántico en avión...