Para tratarse de una playa del País Vasco, la de Hondarribia es mucho más amplia de lo que viene siendo habitual en esta zona de costa. ¿Tal vez porque pretenda llamar la atención de la cercana y extranjera playa de Hendaia?
Fruto de la construcción de un espigón y otras obras accesorias por parte del ingeniero Iribarren, a quien se le dedicó el nombre del Paseo que la acompaña en el año 2000, esta playa fue parcialmente modificada, construyéndose en su entorno un puerto recreativo y un polideportivo. Se creó así un espacio comercial y de distensión con paseos peatonales, locales comerciales, clubes deportivos y amplios espacios de aparcamiento que dan cobijo a continuos mercadillos y ferias en este lugar. Esta nueva zona se presenta hoy como una evolución natural de un lugar que ha vivido toda su larga historia volcado hacia el mar.
Al final del Paseo está ubicado el puerto pesquero de Hondarribia, gestionado por la Cofradía de Mareantes de San Pedro, una cofradía de pescadores cuyo origen se remonta a 1321.
Hondarribia sigue teniendo un puerto pesquero activo que, junto con el de Getaria, es el de mayor importancia en Gipuzkoa, aunque paulatinamente esta vaya decreciendo. Fíjate que a principios de la década de los 90, Hondarribia contaba con una flota pesquera de cerca de 60 embarcaciones y en el 2004 tan solo quedaban 35. Unas, las más pequeñas, que capturan chicharro, verdel, anchoa y túnidos y otras más grandes, dedicadas a la pesca artesanal de merluza y bonito, así como a la recogida de algas.
Pero que todos estos datos no te lleven a pensar que es un lugar que no hay que ver. ¡Nada más lejos de la realidad! Al final del puerto, cuando los espigones se adentran en el mar abierto y antes de llegar a la cuesta que sube hacia el faro, estarás nada menos que en el escenario de una de las más famosas películas bélicas: “La batalla de Inglaterra”, que, allá por el verano de 1968, convirtió dicha cuesta y el puerto, en un pedazo de la costa de la Francia ocupada por los nazis.
Un poco más arriba de donde transcurre esa escena aún se puede ver un pequeño castillo llamado “de los piratas”. Construido no tanto para detener a Barbanegra y similares visitantes asiduos a la Isla de la Tortuga, sino a los pobres corsarios franceses que, pasada la playa de Hondarribia se convertían -por cosas del Derecho Internacional- en sucios piratas.
Un detalle de cómo se las gastaban los hondarribitarras en aquellos tiempos, es que sus cañones desafiaron incluso a la Armada del arrogante Luis XIV, el Rey Sol, allá para finales del siglo XVII.
Para rematar, avisaros de que sentarse en cualquier espigón frente al mar y respirarlo pausadamente es un planazo para cualquier aficionado a disfrutar de los pequeños lujos de la vida.