Fascinado por su fuerza, su belleza… y tal vez de sus femeninas curvas, cuenta la leyenda que hace tiempo un cocinero intentó propasarse con una mujer en este pueblo… ¡Error!
Se trataba de una batelera encargada de transportar pasajeros y mercancías en la barcaza que hace muchos años cruzaba y unía Pasajes de San Juan y Pasajes de San Pedro. El cocinero salió escaldado y la moza en cuestión reafirmó una vez más el carácter de aquellas féminas, las cuales impresionaron a escritores, poetas e incluso reyes de la época… todos ellos acostumbrados a un tipo de mujer mucho más refinado y frágil. Los escritores y narradores de aquellos tiempos las describían como vigorosas jóvenes y bellas mujeres que cruzaban las aguas con sus barcas… Y como buenas amazonas, ¡pobre del que se le ocurriese vacilarles! Tanto fue así, que hoy una escultura junto al río sirve de recuerdo a estas mujeres.
Pero en la actualidad, la barca que navega entre las dos orillas ya no necesita de una batelera gracias a su pequeño motor, siendo este medio de transporte la manera más chula de iniciar nuestra visita a este pueblo tan especial, ya que además el tráfico rodado está limitado en este municipio. En el texto de esta audioguía tienes el punto exacto donde embarcar!: Embarcadero (google maps)
El pueblo de Pasajes de San Juan nació a la par que su vecino Pasajes de San Pedro, que está en la orilla de enfrente, siendo las parroquias de San Juan y San Pedro, las que les dieron nombre a cada uno. Una curiosidad es que hasta 1770, San Juan estuvo bajo el dominio feudal de Hondarribia, siendo en aquellos tiempos un puerto de gran actividad, acentuado por el desarrollo de la Compañía Guipuzcoana de Caracas y la construcción de un astillero, desde donde se botaron balleneros, barcos mercantes, pesqueros e incluso navíos para la Corona. Verdaderas máquinas de matar, dotadas hasta con cuatro puentes erizados de cañones, como el que vio un asombrado Felipe IV cuando se dejó caer por aquí, allá por 1660...
Encajonado entre el mar y la ladera del monte Jaizkibel, San Juan se caracteriza por tener una única calle principal, la calle San Juan, la cual te pasea por los diferentes edificios, callejuelas, arcos, voladizos, restaurantes y rincones llenos de personalidad y alma propia… Pasaia es un lugar de esos detenido en el tiempo, en el que, simplemente por estar ahí, te traslada a otra época…
Y desde luego, algo así tiene que tener para haber encandilado y enamorado a uno de los poetas románticos más importante de “La France”, Victor Hugo. Escritor, político e intelectual, Pasajes fue inspirador para él, ya que en este lugar se alojó durante algún tiempo; concretamente en el edificio que hoy sirve como Oficina de Turismo. He aquí una reflexión suya: “lugar magnífico y encantador, como todo cuanto tiene el doble carácter de la alegría y de la grandeza; este rincón inédito es uno de los más bellos que yo haya visto y que ningún turista visita; este humilde espacio de la tierra y mar que sería admirado si estuviera en Suiza, que sería célebre si se hallara en Italia, y que es desconocido porque se encuentra en Guipúzcoa, este pequeño Edén a donde he llegado por un simple azar”.
Nada más aparcar el coche en las afueras del pueblo (está prohibida la circulación de vehículos no autorizados por sus calles) nos cruzaremos con la Iglesia de San Juan Bautista, mezcla de estilos barroco y neoclásico. Continuaremos el paseo, dejando a nuestra izquierda la casa-museo de Víctor Hugo, hasta llegar a la plaza de Santiago, donde los niños ya están acostumbrados a tener que ir a recoger sus balones al mar. Presidiendo está bucólica plaza, está el antiguo y barroco Ayuntamiento de la villa. Y pocos metros más adelante otra iglesia. En este caso la del Santo Cristo de la Bonanza.
Sigue caminando por su única calle … y llegarás hasta algo que parece un chalet amurallado. Es el antiguo Castillo de Santa Isabel, con el que se defendía desde el siglo XVIII la entrada a este codiciado puerto. Fortaleza que para sí hubieran querido como botín personajes tan novelescos como el cardenal de Richelieu, quien incluso lo consiguió durante unas pocas semanas del verano de 1638... ¡antes de tener que salir de allí a toda prisa ante un ejército mandado por su gran enemigo: el conde-duque de Olivares!.
Y si has llegado al final de la calle, qué mejor colofón para esta visita que descubrir un pequeño merendero donde podrás dar cuenta de unas sardinas regadas con sidra. Además, en época estival, desde este merendero puedes disfrutar de unas espectaculares puestas de sol sobre el mar.
¡Sin ninguna duda, San Juan es un pueblo que Hay Que Ver!