Un hermoso pueblo de la montaña cántabra, en el que lo mismo puedes encontrar un artesano fabricando alpargatas que una impresionante casa noble del período barroco. Algo así podría valer como resumen muy rápido de lo que es Carmona; pero será mejor que vayamos paso a paso.
Los montes que rodean la población fueron uno de los lugares embrionarios de la España que conocemos. Las élites visigodas se refugiaron en ellos cuando los árabes se estaban comiendo la península a bocados, allá a principios del siglo VIII. En las décadas siguientes, con los huidos de las batallas y otros que llegaban a la zona como buenamente podían, la población fue aumentando y formando asentamientos que serían el germen de muchos pueblos que continúan hoy aquí.
El miedo a las huestes musulmanas se fue disipando poco a poco, e incluso los pequeños nobles de Cubuérniga, que así se llama el municipio al que pertenece Carmona, echaron una mano a los reyes cristianos en la Reconquista. Eso, claro, les valió recompensas, tierras y privilegios, con lo que ya tenemos a unos cuantos linajes sacando pecho por aquí, como los Calderón, los Terán o los Mier.
Lo siguiente que pasó es lo que suele pasar. Que a falta de moros, los cristianos empiezan a pelearse entre ellos, y todas esas familias poderosas se pasan las tardes luchando por este o aquel territorio. Así aparecieron en los montes cántabros torres defensivas y edificios militares a porrillo, que servían de vivienda a unos señores feudales que no debían de quitarse la armadura ni para hacer pis.
Una de esas torres estuvo donde hoy se encuentra el Palacio de Mier, seguramente el edificio más impactante de esta villa. Es del siglo XVII, pero se rehízo en 1715, y en su escudo de armas se lee una de esas inscripciones que dan una idea de la mentalidad de aquellos belicosos nobles: «Adelante los Mier, por más valer».
Para entonces, Carmona y toda su comarca estaban en pleno esplendor gracias al dinero que llegaba del Nuevo Mundo, y de esos siglos son la mayoría de las casonas que hoy se conservan y que dan tanto carácter a la localidad. Fue un indiano llamado Pablo Fernández Calderón quien, en el XVIII, aportó los medios para levantar la iglesia de San Roque y la Ermita de Nuestra Señora de Guadalupe.
A Carmona, ya ves, le sobran atractivos, y además todavía conserva la tranquilidad que les empieza a faltar a otros destinos, más visitados por los turistas. Así que antes de que se ponga de moda, ¿no te apetece muchísimo recorrerla tranquilamente?