¿Te suena la Hermandad de las Cuatro Villas de la Costa? No, no es un nombre sacado de un cuento de piratas de las Antillas… sino de la historia de lo que hoy llamamos Cantabria.
Y es que San Vicente de la Barquera fue una de esas cuatro villas medievales, pero antes de seguir será mejor que retrocedamos unos cuantos siglos y empecemos por el principio.
Bueno… En realidad tampoco te creas que está muy claro ese principio. Se sabe que la zona ya estaba poblada muchos milenios antes de Cristo y que en ella asentaron sus posaderas tribus como la de los orgenomescos, pero hasta el momento en que los romanos se animaron a invadir estos andurriales hay muy poca información fiable.
Tras el desmoronamiento del imperio y el abandono de lo que Roma había hecho por aquí, vino la clásica etapa oscura de la Alta Edad Media. Sin embargo, a este lugar casi no llegaron los ejércitos musulmanes, así que su repoblación cristiana empezó muy pronto, en el siglo VIII. El rey Alfonso I impulsó el crecimiento de la población a la manera de aquellos tiempos: un castillo, unas murallas y a correr.
Ese primer castillo no es el que puedes ver hoy, pero el caso es que San Vicente de la Barquera fue progresando poco a poco hasta llegar al año 1210, fecha de su verdadero despegue. Ocurrió que otro rey Alfonso, esta vez el VIII, se empeñó en aprovechar esta costa para el comercio marítimo de Castilla, así que otorgó privilegios y fueros a la villa, que se hermanó con otras tres que ya disfrutaban de ellos: Castro Urdiales, Laredo y Santander.
La Hermandad se convirtió en toda una potencia naval, y las cuatro poblaciones se desarrollaron gracias a la pujanza de sus navíos. Pero claro, eso no sirvió para evitar epidemias, incendios y otras desgracias propias de la época, que llevaron a la ciudad a la decadencia a mediados del siglo XV.
Lo más antiguo que conserva San Vicente viene del XIII: el Castillo del Rey y la iglesia de Santa María de los Ángeles se levantaron en aquellos tiempos, aunque los dos han sido restaurados y modificados después. Tampoco dejes de ver el Puente de la Maza ni el Palacio de los Corro, que hoy sirve de casa consistorial. Además tienes que darte una vuelta por las murallas, ver el Convento de San Luis y... ¿sabes qué? ¡Mejor recórrelo todo! ¡Qué de verdad merece la pena!