A lo mejor estás pensando qué tiene de especial esta plaza para que todo el mundo aconseje verla. Y ya que nosotros también lo recomendamos, pues te lo vamos a explicar.
La primera cosa importante es que la plaza en cuestión fue idea de Felipe II, y eso ya le da una cierta solera. Por 1580, el rey podía decir aquello de que en su reino jamás se ponía el sol, porque sus posesiones incluían desde el actual territorio belga hasta las remotas Islas Filipinas, que no se llamaron así por casualidad.
La segunda cosa importante es que Felipe, decidido a hacer su plaza en la capital del imperio, así que llamó a Juan de Herrera, mitad arquitecto y mitad experto en ciencias ocultas. El mismo que se encargó de El Escorial, y que solo por ello ya te debería servir para que mirases este lugar con mucho cariño.
Pero la vida es como es, y resultó que tanto el arquitecto como el monarca se fueron para el otro barrio antes de que la plaza estuviese acabada. Y lo que aún le faltaba, porque con la llegada de Felipe III el proyecto quedó un poco de lado, hasta que se retomó gracias sobre todo al duque de Lerma, un tipo avispado que aprovechó su posición en la Corte para hacer sus pinitos en eso de la especulación urbanística.
Atento a los chanchullos del duque: en el año 1600 compró propiedades en Valladolid, antes de que nadie supiera que la Corte se iba a trasladar allí. Luego animó al rey para mudarse allí, y tan bien le animó, que al año siguiente, su séquito también hacía las maletas camino de la capital del Pisuerga.
¿Es necesario seguir contando lo que pasó después? Pues eso. Efectivamente el de Lerma revendió a los cortesanos sus posesiones en la zona, pero añadiendo unos cuantos ceros al precio. Y espera que aquí no acaba la cosa…
Esta venta la hizo con la mano derecha, mientras con la izquierda les compraba a precio de risa los inmuebles que esos mismos cortesanos dejaban en Madrid para seguir hasta Valladolid a su rey. Así que el duque se cubrió de oro con esta primera parte de la operación, y eso que aún quedaba la segunda.
Resultó que cinco años después, la Corte se volvió para Madrid. ¿Y adivinas quién se volvió a forrar revendiendo los terrenitos comprados en la capital? Vamos… que como ves, lo de la especulación urbanística ya estaba inventado mucho antes de que naciéramos.
Pero volviendo a lo que estábamos, que nos vamos por las ramas. El caso es que la finalización de la Plaza Mayor tuvo que esperar a que el duque acabase de contar sus ganancias. Y estas eran tantas que el tema llegó incluso a molestar al propio rey, quien en 1618, invitó al Duque de Lerma a retirarse de la vida pública y así gastarse la pasta con más discreción.
Unos meses después, en el verano de 1619, se inauguraba por fin la plaza que el padre de Felipe III había querido para Madrid y que, según orden real, se convertiría en modelo para todas las plazas de toros de España.