Aprovechando que Toledo tiene una leyenda en cada esquina, te vamos a contar un par de ellas. Y usaremos como excusa la iglesia del Cristo de la Luz, o la mezquita del Bab al-Mardum, o como quieras llamarla. Estás ante un monumento que reúne una singular mezcla de las varias culturas que por aquí han traído los siglos.
Por poner las cosas en perspectiva, te diremos que lo primero que hubo en este sitio, piedras romanas aparte, fue una iglesia visigoda. Después, los árabes que llegaron aprovecharon algunos de los capiteles de dicha iglesia para construir su mezquita, una de las muchas que llegó a tener la ciudad.
Si nos fijamos en una inscripción que ha sobrevivido en su fachada, veremos que fue edificada en el año 999. ¿Acaso hay un año mejor para construir cualquier cosa?
Y ahora, vamos con las leyendas prometidas:
Alfonso VI se hizo con la ciudad en 1085, y fue entrar por la antigua Puerta de la Bisagra, pasar ante el oratorio musulmán y pararse en seco su caballo. Visto que al animal no le daba la gana de moverse, el séquito del rey echó pie a tierra y se puso a investigar el lugar. ¿Y qué crees que encontraron? Pues una imagen de Cristo enterrada que había permanecido oculta todo ese tiempo. Pero oculta no quiere decir a oscuras, porque también había a su lado una luz milagrosa que habría brillado durante trescientos setenta y pico años.
¿Que esto se parece mucho a la leyenda de la Virgen de la Almudena, en Madrid? Pues sí. ¿Que esa otra se sitúa en ese mismo año y con ese mismo rey de protagonista? Pues también. Pero espera que para aumentar tu confusión, te vamos a contar la segunda leyenda:
Esta habla de un milagro ocurrido cuando la ciudad ya era mayormente cristiana: un judío mosqueado con los de la cruz cristiana, envenenó el pie de la imagen del Cristo para que quienes lo besaran cayesen fulminados. Pero resulta que la imagen, por su cuenta, desclavó su mortal pie y lo apartó de los devotos, maniobra que el envenenador no se tomó bien. Volvió con un puñal y acuchilló la figura con saña antes de llevársela a su casa, sin reparar en que el Cristo se puso a sangrar por la herida, dejando reguero que condujo al pueblo justiciero hasta la casa del malhechor, que fue liquidado sin miramiento ni cariño.
Y así, gracias a estas leyendas con tanto milagro cristiano de por medio, el santuario musulmán fue convertido en iglesia cristiana sin grandes destrozos ni añadidos. Algo de agradecer, ya que quedan muy pocas mezquitas de aquellas épocas tan bien conservadas como ésta.