Seguramente no hay un lugar más indicado para empezar a contar la historia de Madrid que éste; la Plaza Cibeles. ¿Y por qué?, te preguntarás... Muy sencillo; es ella, la diosa Cibeles, la Madre Naturaleza, quien dio nombre a la ciudad… Bueno…más o menos.
Como no venimos a mediar en profundas, sesudas e inacabables discusiones etimológicas, sino a ver lo que hay que ver, a aprender algo y a disfrutar, dejaremos respetuosamente al margen los poblados prerromanos y las fortalezas árabes para sumergirnos en las aguas de la mitología y las aventuras heroicas de un personaje que irá apareciendo en otras de nuestras audio-guías sobre lo que hay que ver en este inagotable Madrid. Hablamos de Ocno Bianor.
Viajemos, pues, hasta el inicio de nuestra historia, allá por el año mil cien antes de nuestra era, junto a la eterna Troya, desde cuyas murallas, los dorados rizos de Helena, cambiarían para siempre la faz de Europa, cuando Eneas, el príncipe troyano, huyó de la masacre griega en una nave, para más tarde fundar Roma, resultó que su padre llegó tarde a la huida y no le quedó otra que bordear el mar negro a pie hasta llegar a la actual Albania. Un entretenido paseo, vamos…
Allí tuvo dos hijos, uno de ellos con una campesina llamada Manto, y al que para continuar la tradición familiar, y, de paso, liar un poco más la historia, llamó Bianor. Con el paso de los años éste Bianor II, que en realidad era el tercero, ya que su abuelo también se llamaba así, fue amablemente invitado a abandonar aquellas tierras en las que gobernaba su hermanastro.
Así que, tomó a su madre con él y retomó la costumbre viajera familiar hasta que, tras otro paseo de muchos kilómetros, se detuvieron a fundar la ciudad a la que pusieron el nombre de su progenitora y que hoy conocemos como Mantua.
Poco duró la alegría sedentaria de nuestro Bianor, ya que el mismísimo dios Apolo se le apareció en sueños amenazándole con todo tipo de desgracias si no volvía a emprender el viaje. Así que vuelta a preparar las maletas y ya con un sobrenombre ganado gracias a sus visiones, Ocno significa el que ve el futuro en sueños, nos lo volvemos a encontrar de paseo por los caminos de la época.
Diez años le costó a nuestro héroe que el simpático Apolo se le volviera a aparecer para decirle que sí, que ya había llegado a su destino. Y que los indígenas que tenía a su alrededor, los carpetanos, cuyo nombre quiere decir “gente sin ciudad” le ayudarían a construir una nueva urbe.
Pero aquí no acaban las desventuradas aventuras de Ocno Bianor, Parece ser que tiempo después Apolo se encontraba de nuevo ocioso y no se le ocurrió nada mejor que aparecerse de nuevo para pedirle que consagrase la ciudad a Metragirta, hija de Saturno y diosa de la Tierra. Y de paso, ofreciese su vida en aras de la armonía entre sus ciudadanos tal y como la diosa había hecho.
El paciente y bueno de Bianor, obedece de nuevo; ordena cavar una fosa en la que se introduce y hace cerrar con una losa de piedra mientras sus conciudadanos lloran y rezan por él. Pero mira por donde la diosa se entera de los caprichos de Apolo y aparece montada en su carro tirado por dos leones en medio de una tormenta que formó sobre Guadarrama.
El acto final de esta leyenda nos cuenta como la diosa hace desaparecer al paciente héroe y que los habitantes de la ciudad, en lugar de acordarse de él, optan por complacer a la diosa dando su nombre a la ciudad: Metragirta que con el paso de los años se convertiría en Magerit y, finalmente, en Madrid. Y como literalmente diría Ocno, ¡de aquí al cielo!
Antes de acabar, volvamos a la estatua que estás viendo y fotografiando. El conjunto, fuente incluida, fue ordenada construir hacia 1.780 por Carlos III y representa, en el estilo neoclásico de la época, a la diosa Metragirta o Cibeles sentada en su carro tirado por dos leones. Lo que no sabemos muy bien es si intenta rescatar a Ocno, celebrar alguna victoria merengue o dirigir el agobiante tráfico que la rodea hoy en día.