No te pensarás que un nombre como Sacromonte se le puede poner a un lugar cualquiera, ¿verdad?
Pues claro que no. Encontrarás pocos sitios parecidos al antiguo barrio gitano de Granada, y no solo porque tenga unas espectaculares vistas a la Alhambra, que las tiene, sino porque, para empezar, se dice que sus cuevas ya estaban habitadas hace diez mil años.
Lo que si se sabe seguro, seguro, es que los árabes de al-Ándalus vivieron en ellas; y después llegaron los gitanos, que habían aterrizado en la península en el siglo XV, y para 1530 ya estaban asentados en este arrabal granadino.
Durante los cuatrocientos años siguientes, el Sacromonte iba a tener acento gitano y se iba a llenar de gente y más gente hasta convertirse en una zona muy popular y una de las cunas del flamenco más genuino. Pero los años sesenta del siglo XX no fueron una década muy prodigiosa para el barrio. Unas inundaciones lo dejaron todo hecho unos zorros y la gente tuvo que acomodarse como pudo en otras partes de la ciudad. Poco después, los hippies de la época intentarían recuperar las cuevas y llevar al Sacromonte su filosofía flower power, pero al parecer no tuvieron mucha mano con la ingeniería de la reconstrucción y ahí se quedó la cosa.
Pero aún te estarás preguntando de dónde viene un nombre tan rotundo y sonoro como el de este lugar. Pues verás: Granada tiene una larga tradición de leyendas sobre tesoros ocultos, y tantos debe de haber que aparecen incluso sin ser buscados. Eso ocurrió en 1587, mientras se trabajaba en las obras de la catedral. Derribando aquí y excavando allá, apareció una caja que estaba protegida de la humedad con betún y plomo, y por eso a los escritos que contenía se les llamó Libros Plúmbeos.
Resultó que en ellos se contaban las penurias de los primeros cristianos que hubo por estas tierras, a los que Nerón convirtió en mártires por el terrible y desagradable procedimiento habitual. Y resultó además que uno de ellos era San Cecilio, un árabe que habría sido el primero en difundir la nueva religión en Granada.
Como, según los Libros Plúmbeos, todas aquellas cosas habían sucedido en el monte Ilipulitano, empezaron a ponerse cruces en el lugar, y pronto fueron tantas que el Ilipulitano pasó a ser un monte sagrado y su nombre pasó a ser, ¿lo adivinas? Sacromonte.
La cosa es que para cuando el papa de Roma dijo que tanto los Plúmbeos como la historia que narraban eran falsos, pues oye, ¡ya nadie tenía ganas de cambiar el nombre a este lugar!