Si el nombre de Juanelo Turriano no te suena demasiado es porque, en general, la Historia no suele ser justa con los genios. Ni siquiera con los que en su momento fueron apreciados por reyes poderosos, como es el caso.
Pero vayamos al meollo de la cuestión, a ver si desentrañamos algún misterio. Todo esto viene a cuento de una calle del viejo Toledo que está dedicada al Hombre de Palo, y es que detrás de ese nombre se nos aparece, como casi siempre, un oscuro pasado que junta lo real y lo fantasioso en el mismo paquete.
La Historia nos asegura que tanto a Felipe II como a su padre Carlos les interesaban un rato largo la Magia y el Ocultismo. Pero por entonces esas cosas no estaban separadas de otras ramas del saber y ambos Austrias, como hombres del Renacimiento que eran, sentían también fascinación por los ingenios mecánicos y los instrumentos de precisión. Y así fue como Giovanni Torriani, rebautizado como Juanelo Turriano, acabó al servicio del emperador Carlos V como relojero real.
El tal Juanelo construyó al monarca dos relojes astronómicos cuya exactitud impresionó en la época, pero ese solo era uno de los mil talentos del italiano. También participó en la elaboración del calendario gregoriano, diseñó las campanas de El Escorial, inventó máquinas voladoras y, ya establecido en Toledo, fue capaz de idear un sistema para abastecer de agua a la ciudad salvando el enorme desnivel que la separa del Tajo.
Del artefacto, que también maravilló en su tiempo, no queda hoy nada; y nada fue lo que se le pagó al pobre Juanelo por hacerlo funcionar. Así que, por muy impresionados que hubiese tenido a Carlos V y a su hijo Felipe, el hombre empezó a pasar serios problemas económicos. Dice la leyenda, o la Historia… cualquiera sabe, que construyó entonces un autómata. Un hombre de madera con ciertos mecanismos que, según algunas versiones, le permitían caminar toscamente y hasta inclinarse frente a quien le daba una limosna.
Y es que este hombre de palo habría servido, más que nada, para pedir a los toledanos una ayuda que aliviara las penurias del sabio mal pagado.
Parece ser que la familia de Juanelo recibió, mucho tiempo después, una pensión en pago por el invento hidráulico que subía el agua a Toledo. Pero está claro que la asombrosa capacidad de Turriano como relojero, matemático, ingeniero e inventor de las cosas más dispares no le trajo ni una pequeñita parte de la fama que habría merecido. Seguramente le faltó pintar una Mona Lisa o inventar Internet.
Pero lo que son las cosas, que a veces parece que la vida te devuelve lo que le das… o lo que no le das. Resulta que los estanques que Juanelo diseñó para hacer más agradable el retiro de Carlos V en Yuste, fueron los que, indirectamente, provocaron la muerte del emperador. Aquellas aguas estancadas multiplicaron los mosquitos y los bichos acabaron picando al de Habsburgo, haciéndole contraer las fiebres que le dieron la puntilla. ¡Caprichos que tiene la Historia!