Bien si conoces Toledo, o bien si miras las fotos de esta audioguía, te habrás dado cuenta de que Toledo está en una montaña que domina mucho terreno a su alrededor, ¿verdad? Pues ahora piensa en lo que significaba eso cuando ni los aviones ni los satélites existían, pero controlar el punto más elevado de una zona ya tenía mucha importancia en cuestiones militares.
Por aquí han pasado muchos pueblos, y parece que todos coincidieron en la importancia estratégica de este lugar. Además, tanto los romanos, como los árabes, como los cristianos, entendieron que en el lugar donde se levantaba un alcázar había que construir una ciudadela que, en caso de asedio, sirviera de refugio a los defensores. Así se podía alargar la resistencia y esperar refuerzos mientras el adversario las pasaba canutas para tomar la fortificación.
Y esa es la película de la historia que ha pasado aquí tantas veces. La última de ellas en el funesto 1936, cuando las tropas sublevadas contra el gobierno republicano se encastillaron en el Alcázar y resistieron setenta días en un episodio que la propaganda franquista convertiría después en todo un símbolo.
Pero, volviendo al pasado más lejano, te decíamos que la fortaleza fue primero romana, luego visigoda y luego musulmana. Pues bien, en 1085 llegó Alfonso VI y consiguió que la ciudad se le rindiera sin lucha, iniciando así una larga etapa en la que un montón de reyes, desde Alfonso X hasta Isabel y Fernando, fueron añadiendo cosas al monumento. Ahora una alfombra, luego una lamparita y después unas toneladas de piedra…
Llegó el tiempo de los poderosos Austrias, y Toledo, como otras ciudades castellanas, se rebeló contra el emperador Carlos V. El Alcázar, que no se perdía una, fue uno de los escenarios de la lucha y el lugar desde el que el emperador, liquidada la revuelta comunera, dirigió los asuntos del imperio en no pocas ocasiones. Por supuesto, Carlos también empezó algunas reformas en el edificio que fueron continuadas por su hijo; y por supuesto, también se acabó asomando el misterioso arquitecto Juan de Herrera para dejar su sello en el Alcázar.
¿Tuvo por fin una temporada de tranquilidad el monumento? Pues sí, pero nada dura para siempre: un incendio en tiempos de la invasión napoleónica lo iba a dejar hecho una pena. Y cuando, después de muchas décadas se consiguió reconstruir, otra vez las llamas y otra vez el Alcázar destrozado.
Lo que ves ahora es, casi totalmente, el resultado de la reedificación que se llevó a cabo tras la Guerra Civil, en 1936, y que no dejó piedra sobre piedra. Un asedio que hoy es la referencia más cercana y amarga del lugar.