Puede que delante del Congreso de los Diputados, en la calle San Jerónimo, te sientas un poco abrumado con tantas cámaras y reporteros corriendo de acá para allá, detrás de los diputados.
Pero para hablarte de sus señorías ya tienes el telediario… Nosotros nos vamos a centrar más en el edificio que les sirve de oficina: este Palacio de las Cortes que, como sede que es del poder legislativo, debería de rebosar prudencia y sentido común.
La edificación, inaugurada en 1850 por la reina Isabel II, es una especie de apaño grecolatino, como corresponde al gusto neoclásico del XIX, y a su derecha está la pequeña calle Marqués de Cubas, en tiempos conocida como calle del Turco, que fue testigo de un drama que cambió la historia del país.
El 27 de diciembre de 1870, en plena nevada, el general Prim, entonces jefe del gobierno, salía del palacio y subía a su coche de caballos para dirigirse al Ministerio de la Guerra. Pero varios individuos le salieron al paso, abrieron la portezuela y descargaron sobre el gobernante unos cuantos trabucazos que le provocarían la muerte tres días más tarde. Hasta aquí, de acuerdo. Pero la cosa es que más recientemente, en 2012, un nuevo estudio del cuerpo embalsamado dictaminó que unas marcas en el cuello indicaban una muerte por estrangulamiento mientras yacía en el hospital. Así que apuntémonos otro nuevo misterio sin resolver para la historia…
Y por seguir con los misterios, ¿alguien sabe por qué al león Daoíz le falta el escroto? Nadie lo tiene claro ya que su compañero Velarde sí lo tiene. Y es que estos leones que hoy flanquean la escalera del Congreso, también tienen una historia bastante rocambolesca. Para empezar, en el proyecto original no había leones, sino unas sencillas y prácticas farolas, pero a diputados y ciudadanos, de acuerdo por una vez, les pareció que el lugar merecía algo más majestuoso. Algo como una pareja de fieras melenudas.
Así que se encargaron los leones al escultor Ponciano Ponzano, autor del frontón del palacio. Pero había dos problemas: uno, que a Ponciano no le hacía gracia esculpir animales en mármol porque decía que traía mala suerte; y dos, que apenas había dinero para pagarle. Con este plan, la solución solo podía ser una chapuza: los felinos se hicieron en yeso pintado, imitando el bronce, así que tras un año a la intemperie estaban hechos una verdadera lástima. Eso provocó la indignación general y la necesidad de un nuevo encargo, pero resultó que Ponciano quería más pasta, por lo que se recurrió a otro escultor que aceptó un presupuesto ajustado por esculpir a las bestias en piedra.
Confirmando una vez más que lo barato sale caro, los nuevos leones resultaron ser tan diminutos que la gente se reía de la obra, diciendo que más parecían perros que reyes de la selva. Así que hubo que retirarlos, agachar la cabeza y llamar otra vez a Ponciano, ahora pidiéndole que, por favor, los hiciera empleando el bronce de algunos cañones sobrantes de la Guerra de África.
En 1872, tras algunas polémicas, se colocaron las fieras en la escalinata del edificio, que por cierto ocupaba el lugar que había dejado un antiguo convento incendiado. Por una curiosa coincidencia, en la misma época que también se reconstruía el parlamento británico tras el incendio del antiguo Westminster.
Allí, sin embargo, se optó por seguir debatiendo a la antigua, en bancos enfrentados, mientras que aquí se optó por un hemiciclo para que sus señorías estuvieran a igual distancia del orador. Mucho más práctico para escuchar discursos, recibir abucheos y, por qué no, echar un sueñecito. Todo ello, si no se cuela un aprendiz de dictador como sucedió, sin éxito, un 23 de febrero de 1981.