Siete puertas tuvo la antigua muralla de Sepúlveda, y sus respectivas llaves todavía se conservan en el ayuntamiento de la villa. Y es que de lo que un día fue una gran fortificación quedan bastantes restos, como el castillo, que tiene algo de árabe, algo de barroco y algo de otras épocas, como siempre pasa con las fortalezas.
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Siete puertas tuvo la antigua muralla de Sepúlveda, y sus respectivas llaves todavía se conservan en el ayuntamiento de la villa. Y es que de lo que un día fue una gran fortificación quedan bastantes restos, como el castillo, que tiene algo de árabe, algo de barroco y algo de otras épocas, como siempre pasa con las fortalezas.
Lo más curioso es que una de sus campanas, la que llaman la Zángana, sigue dando todos los días las treinta y tres campanadas que en tiempos avisaban del cierre de las puertas de la ciudad.
Toda la zona quedó despoblada poco después de la invasión árabe y luego vendrían los habituales líos entre moros y cristianos por ver quién controlaba el territorio. En aquella lucha asoma la figura mitificada del conde Fernán González, de quien se dice que se las tuvo cuerpo a cuerpo contra un alcaide musulmán al que acabó cortándole la cabeza. Si te acercas a la Casa del Moro, uno de los muchos palacios que hay en la histórica Sepúlveda, verás cómo ese episodio aún se recuerda en su fachada.
Total, que la villa se repobló con gente dispuesta a jugarse el bigote frente al peligro sarraceno y los reyes le concedieron fueros y privilegios para que sus habitantes le encontrasen algún aliciente a la aventura. Porque si no, menuda gracia tenía eso de ir a vivir a un territorio fronterizo, o lo que era lo mismo en aquella época, una zona de jaleos un día sí y otro también.
Así que con el paso del tiempo, en Sepúlveda dejaron huella cristianos, judíos y musulmanes y se levantaron cantidad de templos. De los que hoy se conservan, los más impresionantes son las cinco iglesias románicas que de ninguna manera puedes dejar de ver.
La de El Salvador es una verdadera pieza maestra del románico castellano y la de los Santos Justo y Pastor no le va a la zaga. Desde otra de ellas, la dedicada a la Virgen de la Peña, hay una hermosa vista de las Hoces del río Duratón, y completan el repóker la Iglesia de Santiago y la de San Bartolomé. Esta la hemos dejado para el final porque es protagonista de una tradición bastante peculiar.
Cada 23 de agosto, víspera del día de San Bartolomé, por la noche, varios diablillos bajan por la escalinata del templo y empiezan a repartir escobazos al personal. Se divierten durante cosa de media hora y después vuelven a subir la escalera para esperar al año siguiente, porque el santo solo les concede ese ratito anual para sus travesuras.