En el terreno que hoy es corazón de la Barcelona gótica se reunían ya los romanos para discutir las cuestiones ciudadanas. Donde entonces había túnicas, hoy hay trajes grises, y donde, metro arriba o abajo, había un foro, hoy están la plaza de Sant Jaume y el Ayuntamiento.
Ya ves que el lugar no ha cambiado tanto en el fondo, pero ahora nos interesa la forma: si te detienes ante la fachada lateral, que un día fue la principal, estarás ante uno de los raros ejemplos de gótico civil que quedan en pie en Europa, y que, por un pelo no fue derribado en el siglo XIX.
Y, si te concentras muchísimo, quién sabe si serás capaz de escuchar voces del pasado resonando en los rincones; por ejemplo, la de alguno de los cien consejeros que formaban uno de los mayores ayuntamientos del mundo allá por 1369, cuando se construyó el Salón de Ciento.
El nombre de la sala suena muy solemne a tantos siglos de distancia, pero en ella debieron de escucharse las broncas, trifulcas e insultos que corresponden a las reuniones de cualquier gobierno municipal que se precie. El venerable Consell de Cent duró y duró, hasta que la Guerra de Sucesión quedó resuelta y vinieron los Borbones con las rebajas.
En torno al ilustre salón creció el edificio, que respira historia por cada piedra, y que con reformas y todo conserva un enorme sabor y encanto. No te vayas sin echar un vistazo al patio y a la Escalera Negra, ni sin saber quién fue un tal Everardo Nithard.
Everardo fue un jesuita alemán que aterrizó en España cuando Mariana de Austria, de la que era confesor, se casó con Felipe IV. A la muerte del rey, Everardo supo hacerse con los hilos del reino en la sombra y se dedicó al mangoneo máximo. Parece que los humos se le subieron un poco, y siendo ya él de naturaleza arrogante y chulesca, se volvió una figura aborrecida por todo quisqui. También por el Consell de Cent, que todavía existía en 1668.
El caso es que los cien consejeros aprovecharon un par de meteduras de pata del repelente religioso para conseguir que fuera impulsado, con una sutil patada hacia arriba, a la corte papal en Roma, donde también fue capaz de trepar hasta cardenal. No llegó más alto porque le dio por morirse, pero está bien recordar que aquel centenar libró al país de un tipo tan atravesado, y bien que se lo agradecemos.
Como ves, el edificio del Ayuntamiento de Barcelona tiene historias que contar, y son mucho más interesantes que las de cualquier informativo del mediodía. Así que déjanos terminar con una que seguro que no conoces: cuando en el siglo XIX, Lluís Domènech i Montaner reformó el Salón de Ciento, otro arquitecto se quedó con las ganas porque el proyecto presentado por él no resultó elegido. ¡Se llamaba Antoni Gaudí!