Al industrial Eusebi Güell le iban las cosas más que bien en los tiempos en que el joven Gaudí trabajaba para Martorell. Este último, un prestigioso arquitecto al que ofrecían los proyectos más importantes de la ciudad, seguramente supo ver antes que nadie que su discípulo les iba a adelantar a todos por la derecha en muy poco tiempo. Y sin ninguna duda.
Y es que a esa ascensión profesional de Antoni Gaudí colaboró decisivamente Güell, quien, enamorado de una vitrina que su aprendiz había diseñado para la Exposición Universal de París, decidió empezar a hacerle encargos. Con los años y los proyectos, entre ambos hombres se desarrolló una fuerte relación de amistad y, por estas cosas del destino, sus nombres quedarían también ligados en la historia gracias al Parque en el que te encuentras, primera de las grandes obras barcelonesas de Gaudí.
El parque Güell fue encargado en 1900 y, por mucho que te cueste creerlo, parece ser que esta alucinante creación solamente gustó a dos personas cuando fue inaugurada: al propietario y al arquitecto. Algo relativamente lógico por aquellos entonces ya que se trataba de algo muy atrevido para la época al utilizar una estética modernista, hasta entonces más ligada al diseño decorativo de tiendas y demás, para lograr así un despliegue de formas, colores e ideas que colocaría directamente en la eternidad el inmenso talento de Gaudí. Ni modas, ni tendencias, ni fechas de caducidad. Los genios es lo que tienen.
Y es que, aunque la obra se suele catalogar como modernista, el adjetivo se le queda muy corto de mangas y escaso de cintura. Desde el dragón forjado en hierro de la puerta de entrada, hasta las fantásticas líneas inspiradas en la naturaleza que abarrotan el recinto, todo son ideas de sabor y origen modernistas. Pero a poco que recorras el parque te darás cuenta de que rompe en cachitos cualquier molde y se escabulle rápidamente de cualquier categoría que no sea la reservada, en exclusiva, al propio Antoni Gaudí. Así es. Ya se empezaba a utilizar el término “estética Gaudí”.
La imagen más emblemática del parque Güell, es ese banco recubierto de mosaico cuya forma de salamandra recuerda también a un uroboro: un largo y mitológico dragón que engulle su propia cola y simboliza la continuidad del mundo, en eterna lucha y creación.
La entrada en la Sala Hipóstila, con su columnata dórica, te llevará un par milenios atrás; si bien su estructura laberíntica te conducirá a un pasado todavía más remoto y primitivo, en el que aquí se rezaba pidiendo protección frente a las imaginarias y monstruosas criaturas de la tierra.
La fantasía desatada de Gaudí te hará serpentear entre formas a veces caprichosas y grotescas, a veces armoniosas y coloridas, hasta llegar a un pequeño palacete que parece más obra de un sueño que de ningún arquitecto.
Y después, cuando te sientes a tomar aliento y recuperarte de tantas impresiones visuales juntas, entenderás por qué este parque es Patrimonio de la Humanidad, y por qué el nombre de Antoni Gaudí es tan conocido a lo largo y ancho de todo el mundo.