Tenemos la costumbre de pensar que todas las iglesias de unas dimensiones y una arquitectura imponente son catedrales. Pues no, no todas lo son.
El caso es que, en el Barrio Gótico barcelonés y sus alrededores, la historia ha hecho brotar iglesias impresionantes casi como setas. Pero, si hablamos con propiedad, catedral solo hay una: la Catedral de la Santa Cruz y Santa Eulalia, empezada a construir en 1298 y terminada en el breve plazo de dos siglos, año arriba o abajo.
No muy lejos se encuentra la Basílica de Santa María del Pi, otra joya del gótico; y si seguimos caminando un poco daremos con una basílica más: la de Santa María del Mar, también gótica y protagonista del libro de Ildefonso Falcones titulado, para terminar de liarnos, La Catedral del Mar.
Como nos sobran dedos de la mano, podríamos incluir otra basílica en el lote: La Sagrada Familia de Gaudí, que cerró el círculo gótico con la personalísima revisión del estilo que don Antoni se sacó de su brillante y creativa manga. Pero esa es otra historia.
La que ahora nos interesa tiene que ver con la verdadera catedral y con Santa María del Mar. Resulta que, allá por 1211, el carismático San Francisco de Asís llegó a estas tierras a predicar su doctrina. Y lo hizo, pero entre una cosa y otra se dedicó también al difícil arte de profetizar: dijo que el cuerpo de Santa Eulalia, patrona de la ciudad, no tardaría en aparecer. Y es que, como en tantos otros sitios, los restos de la santa habían sido ocultados a principios del siglo VIII, para protegerlos de la invasión musulmana. Y, como en tantos otros sitios, una vez pasado el peligro no había quien diera con ellos.
Pero Francisco acertó, y el cuerpo de la joven mártir romana apareció donde después se habría de levantar Santa María del Mar. Y si te ha gustado la leyenda, tenemos otra graciosa; porque también se cuenta que el cuerpo en realidad ya había sido encontrado mucho antes, en el siglo IX. Pero se volvió a guardar y se volvió a perder, siguiendo la costumbre de la época. La cosa es que cuando se escondía un santo cuerpo, muy poca gente conocía el lugar… y si se moría quien lo sabía, pues apañados iban los que pretendían recuperar los restos más tarde.
Lo que está claro es que las reliquias de Santa Eulalia acabaron depositándose, en 1339, en la catedral que lleva su nombre. El precioso edificio que ahora ves, en plena Ciudad Vieja, fue creciendo en torno a la cripta y llegó a ser una especie de compendio de todo el gótico europeo. Entre las gárgolas podrás distinguir un elefante, unicornios y otros seres fantásticos y grotescos que, según una tradición muy verosímil, no son otra cosa que brujas petrificadas como castigo por escupir al paso de una procesión.