Aunque hayas podido pensar otra cosa, el nombre de Calaceite no tiene nada que ver con olivos ni con fritangas. Parece que podría venir del Qal' at Zayd, una expresión árabe que haría referencia al castillo que en su día dominó la población.
Pero lo más importante, topónimos aparte, es que Calaceite es un pueblo turolense lleno de encanto y de Historia que suele sorprender a quienes llegan allí sin haberse informado antes.
La región guarda unos cuantos tesoros arqueológicos, y a muy poca distancia de la villa está el más importante de todos: el poblado ibérico de San Antonio. De las posteriores vacaciones en el lugar de romanos y árabes no han quedado muchas huellas, pero lo que sí sabemos es que a las tropas cristianas les dio un trabajo de mil demonios conquistar definitivamente la plaza. Después, Calaceite pasó por las manos de varios señores medievales, de la Orden de Calatrava y de los obispos, y entre las épocas renacentista y barroca se levantaron varios de sus edificios más emblemáticos.
Es el caso de la hermosa Iglesia de la Asunción, construida a finales del siglo XVII, o de la Capilla de San Roque. De principios de ese mismo siglo es el imponente edificio del Ayuntamiento, que conserva la cárcel y guarda un crucifijo ante el cual se iba a pedir que cayera un poco de lluvia cuando hacía falta.
Recorre bien este precioso casco urbano y sus casas solariegas. Fíjate en sus balcones, y también en los portales de la vieja muralla defensiva, porque sobre uno de ellos se construyó una capilla dedicada a San Antonio. Antes o después, el paseo te llevará a la plaza, que como pasa casi siempre, es el centro de la vida de la villa.
Este espacio se ha llamado Plaza de Abajo, Plaza Mayor, Plaza de los Silos, Plaza de la Constitución y Plaza de España. Y del mismo modo que ha tenido un montón de nombres, ha servido para un montón de cosas. Aquí se han reunido las asambleas de vecinos, se han celebrado festejos taurinos y juicios públicos, se han montado mercados y hasta se han ejecutado presos. Además, bajo la plaza se situaron los silos en los que se almacenaban las mercancías entregadas como pago de los tributos.
