Cada año, en las fiestas de la Magdalena, Castellón conmemora la fundación de la ciudad. Y para ello, se remonta a los tiempos de la Reconquista y a las batallas de Jaime I, que se hizo con el control de esta zona allá por la primera mitad del siglo XIII.
Pero los musulmanes expulsados habían tenido unos cuantos cientos de años para dejar huella, y no se puede decir que no los aprovechasen. Para empezar, el castillo que forma parte del origen de la ciudad es islámico, quizá del siglo X, y se situaba en lo alto del cerro de la Magdalena, donde todavía puedes admirar sus restos.
Así que, como ves, los balbuceos de Castellón nacieron en la cumbre de un monte. Hasta que en 1251, Jaime I encargó a uno de sus hombres de confianza, Ximén Pérez de Arenós, que eligiese un lugar bonito en el llano y trasladase la población. Es ese descenso de las colinas a la fértil llanura el que señala el verdadero principio de la ciudad actual, y el que por dicha razón se recuerda en las fiestas mayores castellonenses.
Y es que a la villa medieval se le abría un bonito futuro, una vez terminadas las trifulcas entre moros y cristianos. Pero claro, protección siempre hace falta, y no había terminado el siglo XIV cuando Castellón ya contaba con una señora muralla con su foso, sus puertas y sus torres que, por desgracia, en el XIX desaparecieron casi por completo. Cosas que trae el progreso, que a veces no se lleva muy bien con los restos de otras épocas.
La historia del lugar, de cualquier modo, nunca dejó de ser movidita: durante la Guerra de Sucesión le tocó sufrir un duro ataque por parte del duque de Berwick. Una centuria más tarde les tocó el turno a las tropas napoleónicas, así que procedieron a ocupar la villa sin permiso de sus habitantes. Y todavía quedaban por llegar las Guerras Carlistas con el terrible asedio del general Cabrera.
Pero el patrimonio de la ciudad, por supuesto, guarda un bonito recuerdo de todas esas barbaridades. La Concatedral de Santa María era originalmente gótica, pero fue reconstruida tras el incendio y la ruina sufridos en la Guerra Civil. Aún así no debes dejar de verla, y mucho menos la emblemática torre a la que llaman el Fadrí, o el Soltero, por aquello de estar a su aire y separada del templo.
Pasa también por el Ayuntamiento y el Casino Antiguo, y recorre las plazas del centro de la ciudad, llenas de sabor y de historia. Y si tras el paseo tienes ganas de un bañito, pues ya sabes: la playa está ahí mismo.