Entre el brillo de Barcelona y la fama de la Costa Brava, quienes visitan Cataluña no suelen prestarle a Lleida mucha atención. Y es un error, porque como estás a punto de comprobar, a la ciudad le sobran atractivos.
Hace más de dos milenios, en tiempos de los ilergetes, por estas tierras se repartió leña a base de bien. Por supuesto, los romanos andaban por medio y acabaron venciendo a los cartagineses y a las tribus de la zona, así que en aquel momento tocó romanizarse. Y algunos siglos después, con la llegada de las huestes del Profeta, pues tocó islamizarse.
Pero no es mucho lo que queda de ese lejano pasado, porque en 1149 aparecía Ramón Berenguer IV, y, ayudado por los caballeros templarios, tomaba la población para la cristiandad. Casi todo lo que ves hoy aquí se construiría a partir de ese momento.
El apoyo de la orden del Temple en la conquista de la plaza no se pagó con un sencillo “muchas gracias por la ayudita”, como ya te imaginarás. Parte de las tierras fueron cedidas a los monjes-soldado, y en una de las colinas del lote levantaron el Castillo Templario de Gardeny, que es una de las cosas que deberías ver aquí.
Sin embargo, el monumento por excelencia de Lleida es su Catedral Vieja, o Seu Vella. Desde el siglo XIII domina el entorno subida a lo alto de un cerro, y mostrando una cara que queda a caballo entre el románico y el gótico. De ninguna manera te pierdas su claustro porque casi justifica, por sí solo, el viaje a esta ciudad.
En la misma colina está el Castillo de la Suda, una antigua fortificación árabe que fue bien aprovechada por los reyes cristianos como complejo palaciego y residencial. Aquí se casó Ramón Berenguer en 1150, y también aquí, según se dice, fue coronado Jaime I el Conquistador.
Todo eso te espera en las alturas, pero no creas que no encontrarás cosas interesantes bajando al casco histórico. Para empezar, otra catedral, que llaman la Nueva porque se levantó a finales del XVIII con la ayuda de Carlos III y sus ilustrados amigos. Y para continuar, una interminable calle peatonal abarrotada de tiendas, que seguramente no esperabas en una ciudad de estas dimensiones.
No olvides pasar por la Iglesia de San Lorenzo o Sant Llorenç, con su maravilloso campanario, y el Palacio de la Paeria, un bonito edificio del siglo XIII cuyos sótanos tienen un pasado tenebroso. En ellos estuvo La Morra, una cárcel en la que los presos condenados a muerte esperaban su turno.