Si Zaragoza tuviera ombligo, estaría situado en la Plaza del Pilar. Y eso que a la ciudad no le faltan lugares de interés porque, por tener, tiene hasta dos catedrales. Una de ellas la puedes ver si te das un paseo hasta la Plaza de la Seo, y la otra, la Basílica del Pilar, la tienes aquí mismo en todo su impresionante y barroco esplendor.
leer más
Si Zaragoza tuviera ombligo, estaría situado en la Plaza del Pilar. Y eso que a la ciudad no le faltan lugares de interés porque, por tener, tiene hasta dos catedrales. Una de ellas la puedes ver si te das un paseo hasta la Plaza de la Seo, y la otra, la Basílica del Pilar, la tienes aquí mismo en todo su impresionante y barroco esplendor.
A la luz de la luna seguramente te parecerá un palacio salido de alguna fantasía, y la verdad es que la Historia del templo no merece menos. Dice la leyenda que el apóstol Santiago andaba predicando por aquí, en el año 40 de nuestra era. Parece ser que no tenía demasiado éxito, y cuando se empezaba a desanimar se le fue a aparecer la Virgen, aquí mismo, sobre lo alto de una columna, para consolarle y darle fuerzas. Lo más curioso de esta leyenda es que María aún estaba viva, en Jerusalén, así que la cosa vendría a ser como un doble milagro.
Alrededor de aquella columna, o pilar, se iba a construir un templo detrás de otro: hay constancia de una primitiva capilla mozárabe, a la que sustituyó una iglesia románica que fue seguida por otra gótica, y ésta ya duró un poco más. Pero llegó el último tercio del siglo XVII y, aprovechando el apogeo del barroco, se decidió la construcción de la actual e imponente obra.
En ella puso mucho interés el rey Carlos II. El último de los Austrias españoles era una calamidad física que apenas había recibido preparación para gobernar, porque se contaba con que no duraría ni dos cafés. Sin embargo alcanzó el trono y, mal que bien, fue sacando adelante sus cosas a costa de una salud más que frágil y una mente que no siempre le funcionaba tan lúcidamente como su cargo requería.
Bajo su reinado se empezaron las obras de la basílica, que sería inaugurada el doce de octubre de 1718, si bien para entonces, el monarca estaba ya bajo tierra.
Desde aquellos tiempos, El Pilar tuvo que sobrevivir a unas cuantas guerras. Cuando Napoleón, la ciudad de Zaragoza se vio arrasada por las balas, los obuses, el tifus y el hambre, pero la majestuosa catedral continuó en pie, en mitad de las ruinas. Y también resultó intacta en 1936, tras recibir dos bombas que no llegaron a estallar y que hoy se exhiben en el interior del templo.
Y ya dentro, no dejes de ver los frescos de Goya en una de las bóvedas, el retablo del altar mayor, sus múltiples capillas y las tantas otras maravillas que te esperan aquí dentro.
Una catedral ésta, ¡que tienes que ver!