Las historias que empiezan con un sueño premonitorio siempre son la mar de interesantes, y la de la Virgen de la Victoria no iba a ser una excepción. Verás…
Los Reyes Católicos llevaban tiempo manteniendo el asedio de la Málaga musulmana, que estaba resultando mucho más largo y duro de lo previsto. Pero cuando las dudas acerca de la empresa empezaban a planear sobre las cabezas reales, ocurrió algo.
El rey Fernando guardaba en su tienda una imagen de la Virgen que le había regalado el emperador Maximiliano. Y, según cuenta la leyenda, una noche fue a soñar con un anciano arrodillado ante esa misma imagen, pidiendo por la victoria de su ejército.
Casi al tiempo, llegaron al campamento algunos monjes de la orden de los Mínimos (suponemos que muy pequeñitos) con un mensaje para el monarca. Era del fundador de la hermandad, San Francisco de Paula, y le anunciaba al rey su triunfo inminente y la toma de la ciudad, cosas que, en efecto, sucederían muy pocos días después.
Fernando atribuyó la victoria a la ayuda de la Virgen e identificó al anciano de su sueño con San Francisco, así que la imagen pasó a ser conocida como Santa María de la Victoria y se mandó construir un templo que la acogiese. Esa primitiva iglesia fue levantada a principios del siglo XVI, pero a finales del siguiente hubo que derribarla y construir otra en su lugar.
Así que lo que tienes ahora delante es un edificio barroco de punta a cabo, inaugurado en 1700, y en cuyo espectacular camarí se halla la imagen de la patrona de Málaga. Pero, además de la gloria eterna, a aquella tenebrosa época también le gustaba subrayar lo oscuro y breve de nuestro paso por el mundo.
Con eso queremos decir que de ningún modo debes perderte la cripta, uno de los espacios más tétricos que puedas imaginar. Te encontrarás en mitad de un festival de huesos, calaveras y esqueletos de toda catadura, realizados en escayola y puestos sobre techo y paredes de riguroso negro para mayor impresión del visitante. El terrorífico escenario recuerda a las danzas macabras de la Edad Media, aquellas que se hicieron tan populares cuando las guerras y las pestes hacían que seguir con vida pareciese una lotería diaria.