¿Cómo te imaginas la zona donde hoy está Granada hace, pongamos, tres mil quinientos años? Nosotros la imaginamos más bien despoblada, y recorrida por tribus nómadas con ganas de bronca que un día acampaban aquí y otro allí. Porque lo que se sabe no nos da para fantasear mucho más, y parece ser que a los pueblos más civilizados lo que les tiraba era estar junto al mar.
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¿Cómo te imaginas la zona donde hoy está Granada hace, pongamos, tres mil quinientos años? Nosotros la imaginamos más bien despoblada, y recorrida por tribus nómadas con ganas de bronca que un día acampaban aquí y otro allí. Porque lo que se sabe no nos da para fantasear mucho más, y parece ser que a los pueblos más civilizados lo que les tiraba era estar junto al mar.
Los túrdulos fueron uno de esos pueblos, y llegaron a hacer buenas migas con los cartagineses, a los que la sangre fenicia empujaba a curiosear por esos mares. Pero claro, también los romanos se paseaban por el Mediterráneo. Roma no soportaba a los de Cartago y acabó machacándolos en las Guerras Púnicas un par de siglos antes de Cristo. Arrasado el enemigo, los del “Ave César” tardaron poco en asomarse por estas tierras a ver qué pinta tenía la ciudad de Ilíberis, la que se dice que pudo ser embrión de Granada.
La época romana duró lo suyo, pero terminaría como terminan todas las cosas cuando se les pasa su tiempo. Era el turno de las hordas bárbaras, esas con tan mala prensa y nombres estupendos como vándalos, alanos y silingos. Sin embargo, los godos fueron los más bestias y se hicieron los amos allá por el 419. Casi tres siglos estuvieron al mando por estos andurriales; los mismos que tardaron en aparecer en el horizonte unos turbantes sospechosos.
En el 711 llegó Tarik con unos amigos para conquistar, en nombre de Alá, un enorme territorio que se iba a conocer como al-Ándalus y en el que, de todos modos, Granada tardaría mucho en tener importancia. Debió esperar hasta después del año 1000 para reunir cierta población y para que se levantaran un par de murallas que le dieran un poquillo de forma.
Pero lo mejor estaba por llegar, y durante los siglos siguientes la ciudad fue ganando peso, palacios, reyes y maravillas, hasta convertirse en la mágica y esplendorosa Granada de la Alhambra y el Generalife. Después fue tomada por los Reyes Católicos y se cerró así la larga época musulmana que la había dado cara, ojos y una emocionante belleza.
Por suerte, el lugar conserva lo suficiente para que cualquier visitante siga quedando tan pasmado como quedó, en el siglo XIX, el romántico Washington Irving. El hombre no daba crédito a lo que veía mientras caminaba por la capital granadina. Decidió contarlo por escrito y mucha gente, tras leerlo, empezó a hacerse una pregunta: ¿qué habrá en esa ciudad, que tanto habla de ella este escritor? Y es que tanto hizo por ella, que la ciudad le dedicó una estatua ubicada en el bosque que rodea a la Alhambra.