La verdad es que en Astorga hay más calidad que cantidad en esto de las cosas que hay que ver. Por ejemplo sus murallas, muy parecidas a las de otras ciudades romanas, como las de Lucus Augusti, o sea, la que viene a ser la actual ciudad de Lugo. Están hechas por apilamiento de piedra de la zona y combinan en una estructura sencilla, pero muy sólida, paredes lisas con torreones circulares cada pocos metros. A la estructura romana original, se fueron añadiendo, con el tiempo, reformas diversas y retoques.
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La verdad es que en Astorga hay más calidad que cantidad en esto de las cosas que hay que ver. Por ejemplo sus murallas, muy parecidas a las de otras ciudades romanas, como las de Lucus Augusti, o sea, la que viene a ser la actual ciudad de Lugo. Están hechas por apilamiento de piedra de la zona y combinan en una estructura sencilla, pero muy sólida, paredes lisas con torreones circulares cada pocos metros. A la estructura romana original, se fueron añadiendo, con el tiempo, reformas diversas y retoques.
Pero lo que no te imaginas es la de historias que han visto estas murallas, desde que acabaron de construirlas los esclavos que Roma fabricaba a mansalva, cada vez que ganaba una guerra y se ponía en plan perdonavidas. Por aquí han desfilado los bárbaros, quienes aprovecharon para pasar unas cuántas facturas atrasadas al cada vez más débil imperio romano, templarios… y obispos. Y es que cuando el Imperio cayó, sólo quedó la Santa Iglesia Católica Romana para sustituirlo, por lo que Roma no dudó en sustituir al emperador de Astorga por un obispo.
Pero lo peor que les pasó a esas murallas, que también soportaron el tirón de la invasión árabe del 711 y la posterior reconquista, fueron las guerras napoleónicas.
Pues sí… En el crudo invierno de 1808 fueron escenario de la Marcha de la Muerte, o lo que es lo mismo, la retirada del único Ejército que le quedaba a los británicos a finales del año 1808, cuando Napoleón se merendaba, cada tarde, un trozo de Europa. Un ejército británico mandado por el estresado sir John Moore, y, por cierto, bastante mosqueado también tras su reciente derrota contra España en Bailén.
En cualquier caso, la realidad es que todos los ejércitos que hacían frente a Napoleón en aquellos tiempos, acababan huyendo por donde podían. Sólo Zaragoza y algunos puntos más resisten. Sir John, por aquellas cosas del honor medio perdido en Bailén, decíamos, avanza contra el francés mariscal Soult, logrando derrotarlo un 21 de diciembre de 1808. Pero sir John, listo, prudente… y un poco acojonado, todo hay que decirlo, teme con mucha razón que Napoleón vuelva con sed de venganza y aplaste a su pequeño ejército en 5 minutos, por lo que él y sus hombres detienen su avance y vuelven a protegerse tras las murallas de Astorga.
El asunto es que para cuando los sufridos soldados británicos retornan al amparo de las murallas de Astorga, poco orden y disciplina queda entre sus filas. La ciudad verá escenas de saqueo donde soldados, hambrientos y desesperados, recogen del suelo hasta el ron de las barricas reventadas mezclado con barro. Seguramente aquel fue el peor fin de año que hayan conocido las calles de Astorga, llenas de soldados británicos y españoles, enfermos de tifus, hambrientos y cubiertos de los harapos, que un día fueron uniformes de soldado, peleándose por lo poco que quedaba para llevarse a la boca en los almacenes de Astorga. Como testigo de todo ello queda un bello edificio de estilo neoclásico, el convento de Santa Clara,.
Finalmente, como era de esperar, llega el ejercito de Napoleón para poner a estas murallas bajo un duro asedio. Y lo consigue, pero por pocos años. En 1812 el general Castaños y Lord Wellington le devolverán el golpe y retomarán la ciudad, a la que ya nunca más volverán las tropas francesas.