Se dice que el origen de las célebres Fallas valencianas podría estar en una antigua costumbre de los carpinteros, quienes la víspera del día de su patrón, San José, quemaban los trastos y las virutas acumuladas en los talleres durante el invierno, dando así la bienvenida a la primavera. Catalogada como fiesta de Interés Turístico Internacional, también la Unesco la añadió, en 2016, a la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
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Se dice que el origen de las célebres Fallas valencianas podría estar en una antigua costumbre de los carpinteros, quienes la víspera del día de su patrón, San José, quemaban los trastos y las virutas acumuladas en los talleres durante el invierno, dando así la bienvenida a la primavera. Catalogada como fiesta de Interés Turístico Internacional, también la Unesco la añadió, en 2016, a la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Pero claro, en estas cosas siempre es difícil conocer que es historia, que es leyenda y que es un mix de ambas. Lo que sí sabemos es que la palabra falla era usada por los valencianos en la Edad Media para referirse a las antorchas, y ha acabado asociada a las llamas más famosas de la geografía española.
En cada mes de marzo, entre la Plantà, o sea colocar las figuras por las calles, y la Cremà, quemarlas, Valencia continúa una tradición de siglos que, sin embargo, ha cambiado lo suyo con el tiempo. Las escenas representadas se fueron haciendo más complejas y monumentales, y para fabricar los ninots se fue pasando por el cartón, la madera, la cera y el poliéster, hasta llegar al corcho blanco de las últimas décadas. De construir esos ninots tampoco se ocupan ya los vecinos más habilidosos. O quizá sí; lo que pasa es que, en algún momento, esos vecinos se convirtieron en artistas falleros profesionales, dedicando todo un año a la elaboración de estas figuras.
¿Y qué es lo que buscan esos artistas? Pues, entre otras cosas, el indulto para su obra. Una costumbre que se consolidó en los años treinta del siglo pasado para salvar del fuego a solo una de las maravillas que ya eran, por entonces, las figuras falleras.
Pero claro, todos los ninots indultados a lo largo de los años necesitaban un museo que los acogiera. Y ese es el Museo Fallero, instalado en un antiguo convento y custodio de las obras que, desde 1934, se han ido librando del calor de la Cremà. Verás que el tipo de escenas reunidas es de lo más variopinto, desde los oficios tradicionales hasta la sátira política y desde lo grotesco hasta lo meloso, sin olvidar a los ninots infantiles con sus personajes Disney o sus cuentos clásicos.
Es un lugar que deberías visitar sí o sí, porque de verdad que merece la pena ver de cerca el detalle, esmero y cariño que muchas personas han puesto a la hora de realizar estas figuras a las que solo les falta saludarte.