Muy raro sería que el nombre de Valencia no te hiciera pensar en el fuego de sus Fallas y en los petardos y petardazos de las tracas. Pero… ¿Qué habrá en el pasado de un lugar con gustos tan originales?
Pues para empezar, resulta que la ciudad fue fundada por los romanos, algo que siempre da solera. Era el año 138 antes de Cristo, y los primeros pobladores resultaron ser, según parece, veteranos de las legiones del general romano Décimo Junio Bruto quienes habrían recibido tierras como recompensa al coraje mostrado en las guerras lusitanas. El nombre de la nueva población, Valentia, habría sido, precisamente, un reconocimiento de aquel valor guerrero.
La ciudad prosperó, si… hasta que fue arrasada por Pompeyo en una trifulca militar entre romanos, y se tuvo que reconstruir de nuevo. Y de nuevo, Valentia llegó a tener una importancia notable, pero tampoco esta vez le durarían mucho las vacas gordas. Sucedió que cayó Roma y con ello llegaron tiempos de invasiones, líos y decadencia.
Tendrían que pasar siglos hasta que, durante la etapa de dominación musulmana, los del Turia volviesen a disfrutar de cierta estabilidad. Valencia fue uno de aquellos famosos reinos de taifas, y no menos famoso es el relato de su conquista por el Cid Campeador, en el año 1094. Rodrigo Díaz entró en la ciudad, la ocupó y por sus calles arrastró la barba y la espada durante los últimos años de vida. Tras su muerte, tanto Valencia como sus murallas volvieron a manos musulmanas.
Más de un siglo después, Jaime I de Aragón terminó lo que había empezado el Cid y se hizo con la plaza definitivamente. Las mezquitas se convirtieron en iglesias, pero del legado árabe iba a quedar, al menos, la compleja estructura de acequias que originó la famosa huerta valenciana y cambió, para siempre, la cara de esta zona.
En el siglo XV, la ciudad se llenó de industrias y mercaderes, y los ríos de monedas empezaron a fluir. Con el crecimiento llegaron también eruditos y artistas, y dejaron obras que hoy son parte del brillante patrimonio histórico valenciano.
Pero también vendrían tiempos malos, claro. Lastrada por su apoyo a Carlos de Austria en la Guerra de Sucesión, Valencia tuvo que ver como Felipe V abolía sus fueros y daba la capitalidad a Orihuela, solo por fastidiar. Aquella venganza real incluyó también la orden de desmantelar el armero valenciano, pero algunas armas no se fundieron y, con el tiempo, empezaron a dispararse en fiestas y celebraciones. Así nació, hace más de tres siglos, la célebre y estruendosa pirotecnia valenciana.
Como alternativa menos ruidosa, puedes darte un paso mañanero por la playa de la Malvarrosa, comerte una paella en cualquiera de sus chiringuitos y, tras la pertinente siesta, visitar la espectacular Ciudad de las Artes y las Ciencias. Un plan casi obligatorio para cualquier visitante.