Medinaceli es una de esas villas plagadas de Historia que hemos estado a punto de no poder admirar hoy en día. Y es que la despoblación y el abandono afectaron a sus edificios y entorno que no veas, pero por suerte, los trabajos de las últimas décadas han recuperado buena parte de su antiguo esplendor.
Pero, ¿y por qué fue tan esplendoroso este sitio?, te preguntarás. Pues, en primer lugar, porque la vieja Roma imperial te saluda aquí desde sus restos. Sobre todo, desde lo alto de un impresionante arco de triunfo, el único con triple arcada que se conserva de aquellos tiempos en España. Pero los romanos también construyeron salinas y calzadas y rodearon la ciudad con una muralla de las suyas, que siglos más tarde iban a aprovechar los árabes.
Y es que el enclave tampoco perdió importancia bajo la dominación musulmana. Al contrario, los nuevos dueños reforzaron los muros, levantaron una alcazaba y defendieron el pueblo con uñas y dientes porque era un lugar clave, situado en la frontera entre uno y otro bando. Seguramente también es de esa época el nevero medieval que aún se puede ver fuera del perímetro amurallado.
Con la reconquista cristiana empezaría una etapa nueva para la villa. Sobre lo que quedaba de las fortalezas anteriores se levantó, en el siglo XIV, un castillo con pinta sólida y austera. Sirvió de residencia a los condes de Medinaceli, que después se convirtieron en duques y ordenaron construir su Palacio Ducal. Viendo la principesca mansión que continúa cerrando uno de los lados de la Plaza Mayor, nadie dudaría de que salieron ganando con el cambio.
A esa plaza da también el singular edificio de la Alhóndiga y en su mismo terreno se ubicó, en tiempos, el foro romano. Además hace de escenario para el Toro Jubilo, un ritual antiquísimo donde un toro corretea por el pueblo con los cuernos en llamas. Hoy en día, esta fiesta despierta mucha polémica, como todas en las que se utilizan el sufrimiento de animales vivos para diversión de unos cuantos.
Y por supuesto que también podrás ver por aquí los habituales monumentos religiosos de la época. A finales del siglo XV existía aquí toda una docena de iglesias románicas, hasta que el duque de Medinaceli pidió al Vaticano que aquellas parroquias se reunieran en una sola. Dicho y hecho, la Colegiata de Nuestra Señora de la Asunción se convirtió en el gran templo de la villa, y las pequeñas iglesias fueron demolidas una por una.
Y, si la Colegiata fue iniciativa del duque, el Convento de Santa Isabel lo fue de la duquesa. Hoy siguen ocupándolo un grupo de monjas clarisas con fama de elaborar unos dulces de sabor casi celestial. Si vienes, pruébalos y nos cuentas.