Dijo el escritor Azorín que Albarracín era una de las ciudades más bellas de España y no vamos a discutírselo, ni a él ni a las autoridades que decidieron declarar su conjunto histórico Bien de Interés Cultural.
Sabemos que por aquí anduvieron hace muchísimo, tribus célticas y sabemos también que los romanos se asentaron en el lugar porque dejaron restos de un acueducto y algunas huellas de sandalias del cuarenta y tantos. Sin embargo, la importancia de Albarracín parece empezar un poco más tarde, en la época medieval.
Parece ser que a los visigodos les gustó la sierra, y decidieron aprovechar las viejas trazas romanas para instalarse en lo que llamaron Santa María del Levante. Pero las alegrías visigodas duraron hasta el año 711 o muy poco más, porque entonces aparecieron las tropas del Profeta conquistando todo lo que se les ponía a tiro. Al alcanzar estos parajes, les pareció buena idea ocupar la población y con el tiempo la bautizarían con un nombre muy parecido al actual y que proviene del clan de los Banu Razín.
Total, que los musulmanes se pusieron al mando y ni siquiera El Cid iba a conseguir arrancárselo. Albarracín fue una taifa independiente del Califato de Córdoba, con sus torres y alcazabas, y no cambiarían las cosas hasta el siglo XII, cuando pasó a manos cristianas pero sin perder la autonomía ni la vieja costumbre de ir a su bola.
Así, entre moros y cristianos, la Edad Media fue dejando tesoros en la población fortificada. Las viejas murallas, la Iglesia de Santa María y la Torre del Andador son buenos ejemplos de ello, pero también la Plaza Mayor, que sirvió como lugar donde reunir a los hombres de armas cuando se avecinaba el reparto de leña y hachazos con el bando enemigo. Ya sabéis cuánto gustaban las broncas en aquellos días.
Superado el sarampión de la época medieval, Albarracín supo seguir siendo importante. Al contrario que otros lugares, mantuvo intacto su poderío y entre los siglos XVI y XVIII la villa se llenó de edificios notables como la Catedral de El Salvador, la Iglesia de Santiago, el Palacio Episcopal, el Ayuntamiento o la Ermita del Cristo de la Vega. A ellos se añadieron mansiones señoriales como las de los Navarro de Arzuriaga o los Monterde y Altillón, y que hoy puedes admirar en esta sorprendente e histórica localidad.