Como la historia de Málaga no es precisamente corta, la ciudad ha tenido tiempo de ir coleccionando recuerdos de otras épocas y otros pobladores. Hoy, lo mismo podemos ver en ella restos romanos que árabes, y lo mismo piedras medievales que renacentistas.
Pero la capital malagueña también se subió al carro ilustrado cuando llegó el momento, y el momento fue el siglo XVIII, con sus ansias de iluminarlo todo a base de razón. La Casa del Consulado viene a ser un resumen arquitectónico de aquellos rompedores días, y quizá para llegar a ella hayas pasado por la calle Larios y el café Chinitas, ese que hace casi un siglo frecuentaban figurones como la Niña de los Peines o García Lorca.
Hayas venido por donde hayas venido, tienes delante un trozo de historia de Málaga en piedra gris y estilo entre barroco y neoclásico. Puede que a primera vista no te diga mucho, pero si te fijas en el bajorrelieve que hay en el dintel de entrada te podrás situar mejor en las filosofías que por entonces estaban en boga. Representa a una matrona socorriendo a un joven, cuya enseñanza moral es que la ciudad da su ayuda a quienes se esfuerzan y se la niega a los que no pegan un palo al agua.
La casa perteneció a los jesuitas, pero en 1767 pasó a otras manos más del gusto de Carlos III, un rey amigo de las ideas ilustradas y con tan pocas simpatías por los miembros de la orden que acabó echándolos a todos del país. Parece que al monarca no le daban buena espina las intrigas jesuitas y las ideas que, quizá, metían en la cabeza de algunos influyentes personajes. Mismamente, ideas como que Dios podía perdonar un tiranicidio sin problemas y que cargarse a un rey injusto no era una cosa muy mala a ojos divinos.
Así que el edificio fue entregado a los cosecheros del obispado de Málaga y su casa de socorros mutuos, porque lo primero que necesitaba el estado eran labradores que sacasen provecho a la tierra y alimentasen bien a la población. Más adelante, la casa pasaría a ser sede del Consulado del Mar y por eso se llama hoy como se llama.
Tras la muerte de Carlos III, su hijo continuaría poniéndola al servicio de instituciones más bien anticlericales y progresistas, como la Sociedad Económica de Amigos del País. Aunque antes de pasar a mejor vida, al viejo monarca todavía le dio tiempo a meterse en otros fregados allende los mares, apoyando la formación de lo que también quería ser una democracia ilustrada.
Esa, de todas formas, es una historia que tiene más que ver con los Gálvez, sobre la que deberías de escuchar nuestra audioguía si aún no lo has hecho...