Aunque hayas recorrido, uno por uno, todos los pueblos blancos de Andalucía, en cuanto llegues a Setenil de las Bodegas sabrás que este lugar se te va a quedar grabado en la memoria.
En el centro de la villa, multitud de casas han crecido pegadas a una enorme hendidura en la roca, y hasta parecen haberse fundido con ella. Las aguas del río Guadalporcún, llamado río Trejo en esta zona, son las responsables del gran tajo que hace posible un espectáculo semejante. Y no se trata solo de viviendas: conscientes de su potencial turístico, los de aquí han aprovechado muchas de las construcciones para alojar tiendas y restaurantes en los que solo tienes que levantar la vista para encontrar un impresionante techo de piedra.
Esta maravilla de la serranía de Ronda lleva ochocientos años dominada por una fortaleza que originalmente fue nazarí: es el Castillo de Setenil, que conserva un aljibe y una torre como vestigio de aquella fortificación casi imposible de conquistar para los cristianos.
Y es que a lo largo del siglo XV fueron muchos los intentos de arrebatar la villa a sus pobladores musulmanes, y los primeros siete fracasaron estrepitosamente, para desesperación del rey Juan II de Castilla. Es por ello, que el nombre de Setenil, ya ves, deriva de Septem nihil, que viene a ser algo así como siete veces nada, y recuerda la frustración que este lugar causó entre los ejércitos castellanos.
Finalmente, los Reyes Católicos lo ocuparon en 1484, y en cuestión de veinte años estaban levantando la grandiosa iglesia gótica de Nuestra Señora de la Encarnación, que nunca llegó a terminarse del todo.
De esas épocas también quedan ermitas, puentes y otras obras que dejan claros el realengo y la posición privilegiada de una villa que consiguió, además, librarse del dominio de la vecina ciudad de Ronda. En la historia de Setenil hay también luchas contra el invasor francés y, cómo no, unas cuantas aventuras de los inevitables bandoleros, como el Tempranillo o los Siete Niños de Écija. Y si nos remontásemos a tiempos mucho más remotos, encontraríamos pobladores prehistóricos habitando las conocidas casas-cueva; grutas naturales que han servido de vivienda durante siglos, y que algunas han continuado siéndolo hasta hoy.
Y para acabar, un consejo: Sube al mirador del Lizón para tener la mejor panorámica de este pueblo único, y date una última vuelta por las calles Cuevas del Sol y Cuevas de la Sombra, cuyas respectivas ubicaciones las inundan de sol… o de sombra.