Cuando te elijan presidente de la Junta de Andalucía podrás vivir en el Palacio de San Telmo. Y seguro que te apetece después de escuchar lo que vamos a contarte.
El edificio, un señor palacio barroco, fue construido entre los siglos XVII y XVIII para enseñar a los niños huérfanos las artes náuticas y emplearlos después en los barcos que iban al Nuevo Mundo. Que ya sabes que en aquellos tiempos no se daba puntada sin hilo.
Esa es ya una historia con su miga, pero lo interesante de verdad iba a llegar al palacio en 1849 y tiene nombre y apellidos: Antonio de Orleáns, duque de Montpensier. Un príncipe francés carismático, ambicioso y casado con la hermana de Isabel II, reina de España por aquel entonces.
El hombre era un verdadero superviviente: había guerreado en Argelia, llegado a mariscal de campo, recorrido el Oriente Próximo con su secretario y salido por patas de Francia cuando la revolución de 1848 echó del trono a su padre, Luis Felipe I.
Por sobrevivir, también había sobrevivido al mosqueo de la británica reina Victoria por el matrimonio del duque con una infanta española. Pero al personaje le quedaban muchos tiros por pegar cuando llegó a España, creyendo que su parentesco le iba a facilitar las cosas, y se encontró con que Isabel II le invitaba a instalarse bien lejos, con su mujer. Concretamente, en tierras sevillanas.
Fue entonces cuando compraron el Palacio de San Telmo y el buen Antonio empezó con nuevas maquinaciones. No era tan tonto como para no darse cuenta de que el futuro estaba más en la industria y el comercio que en los cetros y las capas de armiño. Así que, con la idea de hacer negocio, plantó en la parte trasera del palacio millares de naranjos que le valieron el apodo de Duque naranjero. Pero, con visión comercial y todo, el de Orleáns tenía debilidad por los tronos y siguió discurriendo cosas para sentar sus nalgas en uno.
Por San Telmo desfilaron conspiradores y conjurados que aprovechaban los errores de Isabel para acercar a Montpensier a la silla real. El duque hipotecó el palacio para financiar la revolución de 1868 que, finalmente, derrocó a la reina, pero después no se le ocurrió mejor cosa que retar a duelo a su primo Enrique de Borbón y cargárselo de un tiro.
El asunto tuvo tal impacto que Antonio se quedó sin opciones para trincar la corona, con lo que él se lo había currado. Pero no iba a renunciar así como así: poco después, era uno de los instigadores del asesinato del general Prim para ver si con eso y un par de rebotes le daba para ser rey.
Pues tampoco le dio.
Sus manejos continuaron hasta su muerte, y con ellos se podrían inspirar varios tomos de folletines como los de Alejandro Dumas, quien, mira tú por dónde, fue uno de tantos invitados que en Sevilla tuvo el incorregible duque.
Para finalizar, deciros que en 1952, el edificio tuvo que vérselas con un incendio que evaporó una parte de su archivo. Y que hoy en su fachada norte puedes ver doce esculturas que representan a los doce sevillanos más ilustres.