¿Quién no querría vivir en una ciudad con una playa de casi dos kilómetros? Pues esa es una ventaja que Gijón tiene, así para empezar, sobre muchos otros lugares.
Además, cada mes de julio llega a la ciudad el tren negro, que viene cargado de escritores de novela negra dispuestos a participar en la Semana Negra. Son los únicos días del año en que Gijón se vuelve oscuro, sombrío y suspicaz, porque el resto del tiempo es una ciudad luminosa y muy acogedora.
Parece que los romanos anduvieron por aquí, y no es raro, porque nada les gustaba más que una buena bahía para hacerse cómodamente al mar cargaditos del oro español. Te decimos esto porque Gijón es uno de los pocos enclaves de Asturias que conservan algún vestigio de Roma.
Ya más tarde, en el siglo VIII, estas tierras también vieron cómo los visigodos se empezaban a sacudir la dominación musulmana de encima y daban un serio giro a la Historia.
Pasaría la tira de tiempo hasta que la ciudad se hiciese notar de nuevo. La Edad Media ya era agua pasada, y las cosas empezaron a ir mucho mejor cuando el puerto gijonés cogió carrerilla en eso del comercio con las colonias americanas. De principios del XVIII queda el Palacio de Revillagigedo, un notable edificio barroco; y del mismo siglo queda también la memoria de uno de los grandes nombres de la ciudad. Se llamaba Baltasar Gaspar Melchor María de Jovellanos, aunque suene a broma, y su casa-palacio natal es hoy un museo que hay que ver.
Jovellanos fue un personaje insigne, hijo del Siglo de las Luces, y le dio por escribir poesías, romances y obras teatrales hasta que una pulmonía se lo llevó por delante mientras escapaba de los ejércitos napoleónicos, allá por 1811.
Hay algunas cosas que debes hacer en Gijón. Una es tomarte una sidra, o unas cuantas… en cualquiera de sus muchos bares. Otra, pasarte por su decimonónica Plaza Mayor y ver cuántos de sus lados están porticados. Otra, recorrer la playa de San Lorenzo. Y otra más, subir al cerro de Santa Catalina a ver la gigantesca escultura de hormigón que su autor, Eduardo Chillida, llamó: Elogio del Horizonte.
Efectivamente, desde su espectacular emplazamiento se divisa el horizonte, pero eso no pareció impresionar demasiado a los sarcásticos gijoneses que rebautizaron la obra como el Váter de King Kong. Nosotros, cómo no, te invitamos a reflexionar acerca de estas divergencias en materia estética mientras subes la cuesta para visitarlo.