Si has decidido darte una vuelta por Ribadeo para ver qué hay, deja que te digamos que has hecho muy bien. Y puedes empezar por acercarte a la Plaza de España para contemplar uno de los edificios emblemáticos de la villa: la Torre de los Moreno.
¿Y por qué es tan emblemático? Pues porque Ribadeo, como otros lugares de Galicia, tiene un pasado lleno de emigrantes que se fueron a hacer las Américas y a los que, a la vuelta, les faltó tiempo para construir un casoplón que demostrara su éxito. Eso los que lo habían triunfado, claro.
La torre de los Moreno es la más conocida de las docenas de casas indianas que conserva el lugar, y fue levantada en 1915 por uno de aquellos ricos retornados en una amalgama de modernismo, barroco y algún otro estilo que se puso a tiro.
Pero lo más distinguido de Ribadeo está a unos pocos kilómetros del casco urbano y es obra de la naturaleza. En la playa de Las Catedrales encontrarás un paraje impresionante formado por las caprichosas formas que el agua ha ido dando a la roca. Entre las grutas, los gigantescos arcos de piedra y otras travesuras con las que el mar se ha divertido, el lugar se hizo tan famoso que los turistas empezaron a acudir en una cantidad que, en ciertos meses del año, resulta un pelín excesiva. En cualquier caso, ¡asegúrate de que la marea esté baja cuando vayas!
A poca distancia se sitúa el fuerte de San Damián, que es uno de esos enclaves con historias que contar y cicatrices que enseñar. Por 1719, cuando la mitad de Europa se había aliado contra España y el duque de Berwick se dedicaba a invadir cosas por el País Vasco, los británicos llegaron a Ribadeo en una expedición de castigo que no les trajo exactamente flores a los que defendían el fuerte.
Por supuesto, el bastión fue reconstruido y reforzado en previsión de nuevas citas agresivas. Y llegaron, claro. En 1808 desembarcaba aquí el marqués de La Romana con un montón de soldados y un buen mosqueo con Napoleón, al que venía a ajustarle las cuentas. El marqués se había ido a enterar en Dinamarca de las cosas que el Corso, al que tenía por amigo, estaba haciendo en Madrid y Bailén. Pero lo más curioso es que fueron los buques de la Royal Navy, que noventa años antes habían hecho migas San Damián, los que le trajeron amablemente a las costas lucenses.
Antes de encontrar una muerte heroica en la Guerra de la Independencia, al marqués le dio tiempo a organizar una red de espionaje contra el invasor franchute. Para ello recurrió a Joaquín Gregorio de Goica, un donostiarra hermano de un amigo suyo al que los ingleses habían echado a pique su barco pocos años antes. Esa fragata hundida, tú fíjate, se llamaba Mercedes. Iba cargada de doblones de oro que la empresa estadounidense Odyssey pretendería agenciarse mucho tiempo después.