Que una ciudad como esta haya llegado al extremo de acuñar un eslogan como "Teruel existe" indica claramente que no ha sido tratada con justicia. Por estar algo apartada de las grandes vías de comunicación o por lo que sea, la pequeña y bonita Teruel ha sido y es poco conocida a pesar de llevar ahí un buen puñado de siglos y de tener un conjunto de torres mudéjares único en el mundo.
Y podría tener cosas muchísimo más antiguas si hubiese quedado algo en pie de los turboletas, un pueblo celtíbero que vivía por esta zona en el siglo III antes de Cristo. Parece que eran bastante aficionados a la bronca por lo que un buen día decidieron ir a arrasar Sagunto con sus aliados cartagineses. Pero llegó Roma con aquella eficacia militar que los hizo amos del Mediterráneo y borró del mapa la población celtíbera de los turboletas.
Así que hay que esperar a la llegada de otros visitantes de peso, en el siglo VIII, para situarnos de nuevo en la historia de Teruel. Esos visitantes venían del Sur y hablaban de Alá y de Mahoma sin parar. Llamaron Tirwal al asentamiento, que era más bien militar y defensivo, y permanecieron en él hasta la llegada del correspondiente rey cristiano y sus correspondientes ganas de reconquista. En este caso fue Alfonso II, que venció a los musulmanes en 1171 y decidió fundar, o refundar, una villa por la zona.
Justamente en ese momento aparece el mito turolense, que ya está bien de tanto hecho histórico. Y dice que para indicar el lugar exacto en el que plantar la ciudad, apareció un toro bajo una estrella, o un toro entre cuyas astas parecía brillar una estrella, o alguna otra combinación de toro y estrella; porque ambos elementos, en cualquier caso, pasaron a ser símbolos de la ciudad.
También iban a ser simbólicas las torres mudéjares que te decíamos al empezar, y que se fueron levantando en esa Teruel cristiana. En la Catedral de Santa María encontrarás la primera y en la Iglesia de San Pedro la segunda. Después, con los ojos ya acostumbrados, puedes ir a admirar la majestuosa torre de San Salvador y su gemela en San Martín, ambas envueltas en leyendas como debe ser.
Aunque para leyenda, naturalmente, la de los Amantes de Teruel. Puedes pasar por su mausoleo y recordar la historia de Isabel y Diego, que empieza con el joven yéndose a hacer fortuna a la guerra y ella prometiendo esperarlo. No te contaremos el final, pero te vamos a dar una pista: ¡acaba mal!