La Valencia del siglo XVII ya había dejado atrás su época dorada, pero era todavía una ciudad sobrada de poderío y recursos. Con ellos llenó sus calles de magníficos edificios barrocos que puedes ver dándote una vuelta por el casco viejo.
Mediado el XVIII, sin embargo, los tiempos del majestuoso estilo terminaban, y llegaba de Francia una peculiar evolución, más hedonista, juguetona y exagerada. El rococó y su explosión de adornos también se iban a hacer un sitio en el corazoncito de la capital valenciana, y ese sitio sería, exactamente, el Palacio del Marqués de Dos Aguas. Uno de los mejores ejemplos de arquitectura rococó que se pueden ver en toda Europa.
Giner Rabassa de Perellós, que ostentaba el título allá por 1740, decidió reformar por completo el antiguo caserón familiar, y para hacerlo llamó a Hipólito Rovira, un artista de salud más bien frágil que el marqués tenía bajo su protección.
Hipólito era un excelente pintor, había estudiado en Italia y tenía una imaginación desbordante que aportar en el diseño de la mansión de su mecenas. Por desgracia, su cabeza iba a terminar un tanto sobrepasada por su genialidad y sus demonios, y el pobre acabaría sus días en el pabellón para enajenados mentales del Hospital de Valencia.
Se han perdido los frescos que pintó Rovira en la fachada principal, pero nos queda el exuberante trabajo que el escultor Ignacio Vergara realizó sobre ella. Una imagen de la Virgen a cuyos lados corren los dos ríos que dan nombre al marquesado, en una especie de catarata de ornamentos rematada con figuras de atlantes.
El impacto visual del exterior ya te deja bien claro qué clase de edificio es este y qué es lo que te espera dentro: un fantástico palacio en el que se respira el aroma de la grandilocuente nobleza de aquellos tiempos, y que hoy alberga el Museo Nacional de Cerámica y Artes Suntuarias González Martí.
No te pierdas la Sala de los Carruajes, con la increíble Carroza de las Ninfas: una berlina que Hipólito Rovira diseñó para que los marqueses utilizasen en las grandes ocasiones. Lo que no nos queda muy claro, a la vista de estancias como el Salón Chino, la Sala de Porcelana, el Salón de Baile o el propio dormitorio, es qué podría considerar una gran ocasión gente que, casi a diario, vivía de semejante manera.